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España España · Madrid
Voto de Hernando:
7
Ciencia ficción. Fantástico Scott Carey (Grant Williams) navega con su mujer en una lancha motora y, mientras ella va a buscar una cerveza, se ve envuelto en una extraña nube. Unos meses después, empieza a notar extraños cambios en su cuerpo: poco a poco va perdiendo peso y altura hasta hacerse casi invisible. A partir de entonces, su vida será una pesadilla, una lucha constante por la supervivencia, en la que lo cotidiano (un gato, una araña) representa para él ... [+]
29 de marzo de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ver EL INCREIBLE HOMBRE MENGUANTE (Jack Arnold, 1957) es enfrentarse a la historia de cómo lo cotidiano es puesto cabeza abajo. Para Scott Carey, “el hombre menguante”, esto ocurre cuando atraviesa una nube de radioactividad y empieza a menguar; para el cine fantástico y de terror, cuando Jack Arnold rodó la película.

Lo cotidiano para el protagonista, como no podía ser de otra manera, es nada más y nada menos que el American Way of Life: es un hombre de metro ochenta y cinco felizmente casado, con un dúplex con sótano, un gato cariñoso y arañas en los rincones más oscuros; para los espectadores de la época es la Serie B de los cincuenta, frecuentada por monstruos gigantes -a menudo insectos- fruto del peligro radioactivo.

Según el protagonista empieza a menguar, su matrimonio se amarga, su personalidad se embrutece, y lo que antes contribuía al orden natural de las cosas se tornará en peligros y desafíos mortales. La mujer que le hacía feliz ahora solo puede sentir compasión por él -será una enana la única que le comprenda-, el gato doméstico es un depredador mortal, la fuga del calentador una fuente de agua y más tarde fruto de la más peligrosas de las tormentas; el pan y juego de costuras -dejado por su mujer en el sótano tiempo atrás, en ese juego de asociaciones continuas al que se entrega Arnorld- en un equipo de superviencia, y así un largo etcétera. La vida que llevó hasta ahora ya no le sirve, no es un punto al que regresar, sino de dejar atrás. Aferrarse a él solo envenena el ambiente; es un simulacro sin sentido, y ahí tenemos la magnífica escena de la casa de juguete -cristalización del sustituto inservible del hogar- para demostrarlo. Scott debe dejar a su esposa ir, aceptar su condición -primero como enano pero después no se quedará ahí-, realizar una representación en miniatura de la conquista de la naturaleza y el ambiente por el hombre, y abrazar su nueva vida: su destino infinitesimal, a Dios, según el final impuesto por la productora al margen del director y autor de la novela.

Al espectador de la época tras ver este filme tampoco le quedó más remedio que aceptar que el terror había madurado y estaba listo para un nuevo recorrido. Los monstruos gigantes ya no serían producto del exterior, sino de uno mismo, del punto de vista. La anormalidad ya no estará en el entorno, sino en el hombre. La inocencia del terror de la Universal empezaría a dar paso a un nuevo tipo de terror, el terror psicológico.

Yo no soy un gran amante del terror clásico -por desconocimiento más que otra cosa-, pero tras disfrutar de esta película que empieza como drama para girar a la aventura con unos efectos especiales nada caducos -si bien es inevitable sonreír en algunas escenas por su inocencia-, he de admitir que con 700.000$, una buena idea y no demasiada, se podía hacer una buena película, blindada al paso del tiempo y sobretodo, entretenida. Eso ya es mucho, para algunos, todo.
Hernando
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