La primera temporada de El Pueblo la podríamos calificar de pasable, una serie para pasar el rato. Algunos momentos graciosos, algunos personajes interesantes (otros fácilmente prescindibles) tramas sencillas pero con un mínimo de coherencia.
A partir de la segunda temporada se agudizó el proceso de caricaturizar a los personajes nativos del pueblo, representándolos a base de estereotipos ya muy vistos, y los urbanitas definitivamente despegaron (literalmente), hasta situarse en un plano muy superior respecto a los vecinos rurales a los que trataban con una condescendencia y un paternalismo insultantes. No sé el motivo de esto ya que haciendo memoria de los urbanitas, la gran mayoría no tenían ni donde caerse muertos y acudieron a dicho pueblo casi buscando limosna. Aquí la serie comenzó a ir a peor y es cuando uno empieza a tener la sensación de estar perdiendo el tiempo. Con la primera temporada ya es más que suficiente teniendo en cuenta la calidad del elenco y la verosimilitud de las tramas.
En la tercera temporada es evidente que el Ministerio de Igualdad se ha hecho cargo del guión de la misma. Aquí la serie ha dejado de ser serie para pasar a ser una especie de coleccion de charlas sobre estos temas tan de moda últimamente, el género, el patriarcado y demás. El feminismo ya había asomado la patita en la segunda temporada. Y enlazando dichas charlas hay alguna que otra trama para mantener un poco la ficción de serie.
Es la temporada que más corta se le hace a uno, debido a las ocasiones en que es mejor rebobinar hacia adelante las partes que dan verguenza ajena, cada vez más numerosas a estas alturas, y sobretodo la intervención de ciertos personajes, como la señorita del pelo corto rizado y sus sesiones de catecismo sobre los géneros, o los discursos sobre el feminismo de una de las mujeres rurales, que parece ser que ha visto la luz en estos temas y ya no puede dejar de dar la tabarra al resto de vecinos sobre estos asuntos.