Nada como un anochecer en Sin City y disfrutar de unos labios teñidos de sangre. La ciudad del pecado se palpa, se huele, se siente... apesta a sudor, a alcohol, a rancio. Pero aún así hay algo que atrapa, hipnotiza e incluso estremece.

El cómic despierta en la pantalla y el espectador no puede despegar los ojos de una maravilla conceptual y, por supuesto, visual que hace hasta de Bruce Willis el perfecto justiciero. Tres historias entrelazadas sin un nexo coherente en común, salvo esa violencia sabiamente justificada que invade cada plano y cada secuencia.

Frank Miller, acompañado en la dirección por Robert Rodríguez y con el sello y la estética del nunca políticamente correcto Tarantino, nos invita a jugar a una estremecedora ruleta rusa de la que nadie, ni el mismísimo hijo de un senador, está a salvo. Estupendos Benicio del Toro y Mickey Rourke, correctísimo Clive Owens e incluso mención especial para una bufonesca Brittany Murphy.

Es la magnífica fotografía la que hace de Sin City una obra casi de culto, si nos olvidamos, claro está, de algunos fallos evidentes en el montaje y un guión que aunque grotesco y oscuro como la propia ciudad, nos deja por momentos con una sensación bastante fría; porque en medio de este lúgubre escenario ni los golpes ni mucho menos la muerte duelen.

Ladys and gentlemans, nadie es bienvenido en la Ciudad del pecado. Y no olviden que en versión original gana...