Keanu Reeves ya pertenece a la ilustre categoría (o no tanto) de actores que han dado el salto a la dirección, con mayor o menor fortuna, seguramente movido por las escasas oportunidades que últimamente está teniendo.
Formalmente, el actor no se permite demasiadas excentricidades, lo que es de agradecer, ya que no le ha dado el ataque de hacer ver al espectador que hay un director digno a tener en cuenta tras la cámara; aunque usa de forma machacona la música y, a veces, se quiere lucir un poco en el montaje. En los pros hay que reconocer que Reeves se defiende bien en las escenas de lucha, que las rueda con agresividad y vivacidad.
La película es una declaración de amor hacia el tai-chi y una crítica a la sociedad actual, en el mercantilismo y la explotación de todo. Una sociedad en la que todo está a la venta, en la que la espiritualidad pasa a un segundo plano y en la que la violencia está a la orden del día y se paga cantidades obscenas y asquerosas por experiencias violentas, un “lujo” sólo al alcance de los ricos: el dinero que compra el sufrimiento humano.
En definitiva, un debut que no pasará a la historia pero tampoco es algo malísimo. Un director, por ahora, bastante normalito pero bueno, tampoco George Clooney, Mel Gibson e incluso Clint Eastwood han acertado siempre.