El turco Nuri Bilge Ceylan se alzó con la flamante (y merecida) Palma de Oro de este año con esta densa y profunda obra con la que analiza el alma humana desde lo cotidiano.

Todas las marcas que el director ya nos presentó en sus obras anteriores se condensan en esta larga cinta de unos 195 minutos, que aunque trata un ritmo lento y resulta solemne y quizás también agotadora, no llega jamás a aburrir si se está acostumbrado a este tipo de cine.

Silencios y desérticos paisajes plagan la pantalla y el interior de los personajes, aunque es a partir de la palabra por la que Ceylan estudia la complejidad humana emergiéndose como un Bergman en plena forma mezclado con Tarkovsky y la obra de Chéjov.

Una utilización fantástica de la fotografía naturalista (otra marca de Ceylan) y del sonido remarcan una tremenda obra de arte, de triste y extenuante poso que subrayado con el piano de Schubert acompañando en algunos momentos nos remarca una indiscutible obra maestra que confirma en su totalidad al director turco, al que dedicaré un ciclo. Desde ésta última obra hasta su debut en Lejano (2002).