Me documento un poco y me entero de que el tal Yôji Yamada cuenta con decenas de películas en su haber. El dato en sí mismo resume en un escueto titular las virtudes y los defectos del ‘Ocaso del samurái’, una obra de las de ‘antes’ abriéndose paso a un nuevo siglo bajo la tutela de un director a la sombra de los grandes maestros de ‘antes’. Una bella y cuidada fotografía, el ritmo pausado de los acontecimientos o la fidelidad de la puesta en escena a una época concreta que confieran a la obra de un gran valor documental, son algunas de las cualidades que valoramos en las producciones, por ejemplo, del enorme Kurosawa, y que aquí también resplandecen con luz propia en mayor o menor medida. Sin embargo, algunos recursos utilizados por Yamada delatan las limitaciones artística de su dirección, detallista en la construcción de cada plano, pero carente de ese genio que distingue a los mejores. De ese modo, el desarrollo de los acontecimientos se torna llano, e incluso, por momentos, aburrido; o los diálogos, en ocasiones repetitivos, no aportan mucho más de lo que viene a decir una voz en off innecesaria y de escaso valor estético; o los personajes que dan vida a esta bella historia libre de mitos no logran alcanzar las cotas de profundidad de aquellos que nos cautivaron en ‘Rashomon’ o ‘Ran’. Pese a todo, pese a su carácter irregular y más allá de su final atropellado, algunas escenas están resueltas con indudable maestría (en especial los duelos de diferente naturaleza que nuestro héroe se ve obligado a afrontar) que acaban de dotar al conjunto de esa lírica propia del cine tradicional al abrigo de pretensiones innovadoras. Recomendable, sin duda, en especial por el valor ético del mensaje que transmite. Otro anacronismo a resaltar.