Para calificar esta más que emblemática serie de dibujos animados hay que diferenciar entre la parte emocional, con la que muchos crecimos y sin duda alguna llegó a calarnos durante nuestra infancia y adolescencia, y la parte realmente técnica de la serie. En una época en la que existían varios títulos para hacernos más divertido nuestro día a día (Los Caballeros del Zodiaco, Musculman, Oliver y Benji, Ranma 1/2, Las aventuras de Fly...), destacó sobremanera Dragon Ball y su continuación Dragon Ball Z por la repercusión que sus personajes tuvieron sobre la mayoría de niños y no tan niños. Decir Goku todavía hoy en día es decir más que el nombre del Rey, del Presidente del Gobierno, del Presidente del Real Madrid o del Barça o del Papa de Roma. Pero no solo Goku fue nombre fetiche que mucha gente querría haberle puesto a una mascota o incluso a un hijo, sino que Vegeta, Trunks, Gohan, Krilin, Freezer, Célula, Piccolo, Bulma, Ten-Shin-Han o Yamcha fueron y aún siguen siendo nombres cuya simple audición nos retrotrae automáticamente a otra época llena de recuerdos y fantasía. Digamos pues que por esa parte Dragon Ball logró lo que logran las cosas que se pueden calificar como memorables: Su recuerdo eterno.

¿Por qué caló tanto? ¿Por qué llegó mucho más allá que el resto de series? ¿Por qué hoy aún se imprimen camisetas, tazas, mochilas, neceseres o sábanas con la imagen de los personajes? ¿Por qué aún hoy se comercializan muñecos a escala y bolas de dragón cuidadosamente presentadas? ¿Por qué aún hoy se sigue emitiendo Dragon Ball y no las otras series? ¿Por qué aún hoy en día se sigue esperando una película con personas reales que haga honor a la trascendencia de la serie? A mi juicio esto se logró a fuerza de crear personajes cuyos límites parecían no existir. Toda expectativa que pudiésemos crearnos se acababa cumpliendo en capítulos futuros, en un entorno de autosuperación infinita. Solo había que hacer volar la imaginación y esperar a que se cumplieran nuestros sueños. Los personajes acabaron teniendo una personalidad tan marcada que pasaron a formar parte de nuestra familia y les llegamos a querer tanto como a un padre, para qué engañarnos. Si nombramos a Vegeta todos vamos a pensar en un tío egocéntrico y orgulloso como él solo. Si pensamos en Goku, se nos viene a la cabeza la bondad y la lealtad. Si pensamos en Freezer veremos a un cabronazo sádico y rencoroso. Y así con cada uno de los personajes de la serie, cosa nada fácil de conseguir, pues muchas series o películas de renombre protagonizadas por personas de carne y hueso no llegan a tanto.

En lo que sí creo que Dragon Ball Z era insuperable era en su capacidad de crear expectativas y dejarte con ganas de que llegase el día después para tragarte el siguiente capítulo. Era enteramente como el mejor culebrón especialista en dejarte con la miel en los labios y las ansias de dilucidar lo que vendría después. Y en este sentido, hubo pasajes realmente excepcionales. Probablemente el mejor de todos ellos fue el desarrollado en Namek con la saga de Freezer, para mí la mejor de todas, el punto álgido de la serie. La llegada de las Fuerzas Especiales, las transformaciones de Zarbón y de Freezer, los mágicos aumentos súbitos de poder de Piccolo o de Gohan y Krilin y por supuestísimo la primera vez que veríamos la pelambrera amarilla de un Súperguerrero (momento que nos transmitió un chute adrenalínico de frescor y de testosterona como pocos. Todos aumentamos nuestro jodido poder de combate en el recreo el día después de ese capítulo). Demasiados buenos momentos como para no recordarlos.

Ahora bien señoras y señores. No todo es jauja con esta serie. A veces la expectativa que se creaba al final del capítulo anterior no se cumplía al día siguiente o realmente tardaba varios días en cumplirse. Aún resoplo esperando que Goku recorra de una puñetera vez el camino de vuelta desde el planeta de Kaito, o que su nave apriete el culo para pisar tierra de una vez en Namek. Sinceramente sobraban muchos capítulos que funcionaban más como coitus interruptus de relleno. Se dice y se cuenta que Akira Toriyama fue obligado a alargar su serie hasta la saciedad por la alta demanda y éxito de su creación. Quizá por ello había tanta paja y teníamos que hacernos de tripas corazón para llegar al jugo de verdad. También es cierto que la animación de estos dibujos deja bastante que desear, hasta el punto de resultar ridículos si los ponemos al lado de cualquier producto Disney. Los movimientos de sus personajes están más próximos por momentos a un South Park que a algo mínimamente serio y los diálogos por norma general son pobres a más no poder, con doblajes que pierden muchos enteros si antes hemos visto combatir a sus protagonistas en japonés. Aunque todo eso, para qué engañarnos, creo que a un crío le importa poco si a cambio se le da la posibilidad de dar rienda suelta a toneladas de fantasía y súperpoderes.

Lo que sí creo es que Dragon Ball Z murió de alguna manera al finalizar la saga de Célula. Algo se cortocircuitó ahí y perdió su esencia. Ya no parecía que estuviéramos viendo la misma serie. Los villanos dejaron de dar miedo, parecían medio tontos y algunos de nuestros héroes abortaron y pasaron a acomodarse como buenos domingueros. Ahí se perdió su magia, y acabó por cagarse del todo una vez que alguien decidió cambiar la letra Z por las letras GT. Ahí el mito acabó de desvirgarse y murió. Entonces me pasé al fútbol.