De un gran cineasta a un genio. Carlos Saura pega su mirada, en un recorrido que abarca los siglos XVIII y XIX, a la figura de Francisco de Goya pasando sus últimos años en Burdeos autoexiliado.
Vittorio Storaro, de nuevo al lado de Saura, muta a pincel -como la Fura dels Baus, al escenificar los episodios de la guerra- para capturar entre luz, sombras y tenebrismo cromático el halo de oscurantismo onírico con que explora la podredumbre de la ignorancia (de tintes terroríficos) mientras caminamos intermitentemente entre los recuerdos del pintor aragonés, en parte arrimados al subterfugio genérico del folletín romántico con dos incorporaciones al cine de Saura: la excelentísima Duquesa de Alba Maribel Verdú y un José Coronado que empezaba a construir una inminente nueva reputación para que se le tomase en serio como actor.
Otro Francisco, Rabal, nos pasea por las pesadillas presentes inherentes a la perdida de la razón y de las facultades mentales soterradas tras una mirada insondable y ajada. Rabal, por cierto, no lo interpretaba por primera vez. Mención aparte al feedback paternofilial -y de hecho aquí lo es literalmente- que recuperaban él y una ya adolescente Dafne Fernández desde que coincidiesen en 'Pajarico' como nieta y desequilibrado abuelo.
Carlos Saura se adelanta y sale mejor parado que Milos Forman -algo más de un lustro después- retratando a un mismo genio en una edad y periodo más avanzados.
Imprescindible en, a lo sumo, bastante más de la mitad de su metraje. Lo que no es poco.