Precisamente lo que se intenta denunciar de forma burda en la película es lo que ocurre en la actualidad, pero en sentido contrario. El Darwinismo se ha convertido en una religión repleta de fanáticos que no aceptan las más que fundamentadas críticas que reciben, principalmente por su incapacidad manifiesta para explicar el tercer pilar de la vida: la información codificada contenida en el genoma. Además es una teoría muy cuestionable que en más de 150 años no ha podido demostrar ninguno de sus preceptos básicos.

Y en lo puramente cinematográfico, decir que el bueno de Stanley, al que siempre le gusta manipular sus mensajes sociales, en esta ocasión resbala estrepitosamente porque trata al oponente humillado como un imbécil, cuando debería saber que las victorias contra enemigos inteligentes siempre son más creíbles y satisfactorias.

Los actores más que aceptables, destacando Fedric March como el oponente subnormal del señor Tracy, o el endemoniado sacerdote interpretado por Claude Akins. Y es el guion, muy flojo e infantil, el responsable de mermar un película tosca, impropia del director.

Para palmeros de balcón, vacunados, resilientes, odiadores del carbón o el motor de combustión, y en general para tragaldabas insaciables.
Venga, a seguir mamando.