Robert Rodríguez consigue una de esas cosas que muy pocos más están capacitados, traer a la década del 2000 aquella época de los '80 donde los zombies reinaban la tierra (así como cyborgs y alienígenas deseosos de acabar con la humanidad) y paseaban por las salas de cine entre visceras, sangre y muchos disparos fisicamente imposibles (piruetas incluidas), donde el héroe se lleva a todas de calle a pesar de su dureza y frialdad, donde viejos veteranos de guerra se quedan para dar su último disparo con el objetivo de ganar tiempo para los demas y donde el escenario termina convirtiéndose en un escenario apocalíptico.
Y esto es así porque Robert Rodríguez ama este tipo de cine y así se ve reflejado en cada plano, cada mirada del héroe-tipo-duro y cada diálogo. Se nota que el director ha visto un montón de películas del género y sabe perfectamente lo que se hace (lo cual se capta desde el trailer de Machete), rescatando al en parte olvidado Michael Biehn (icono de los '80) en otro guiño más a todos los que crecieron con estas películas y que se rien con cualquier frase que en otras circunstancias serían tachadas de ridículas pero que la película pide a gritos. Frases de héroe que harán reir a aquel que tenga ese peculiar espíritu y que harán que el del asiento de al lado mire extrañado ante su (en apariencia) injustificada risa.

En definitiva, un homenaje como pocas veces se ha visto de las citadas películas, más visual que la plaga (otro homenaje parecido) pero con el mismo espíritu, en una época obsesionada con argumentos profundos, actuaciones impecables y finales inesperados pero descuidada con la finalidad del cine, la cual si que se ve cumplida con este tipo de películas: El entretenimiento puro y duro más básico.