La primera película de Austin Powers estaba bien si te gustaba esto del humor absurdo noventero, pero esta secuela cuenta con uno de los doblajes más icónicos del pasado milenio. Una fiesta sin cabeza, un avión sin piloto que con unos niveles de inspiración elevados consiguen dar en la tecla. O catástrofe o gloria, normalmente sale bien una de cada diez veces, y esta vez coincidió.

Realmente pienso que Austin Powers, la primera, era mejor. Ambas mantienen el nivel, pero el plus del doblaje, anclado ya a una generación que creció con un humor muy concreto, convierten a esta secuela en algo especial. La fórmula no funcionaría en su tercera entrega, mucho menos inspirada y natural.