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Voto de Cinemagavia:
9
Drama. Romance Una historia de romance y música en una fiesta de blues a principios de los años 80. El llamado “lovers rock” sólo sonaba en las casas donde la juventud negra organizaba sus fiestas cuando no eran bienvenidos en las discotecas y clubes nocturnos segregados. A lo largo de una noche, Martha (Amarah-Jae St. Aubyn) se siente atraída por un extraño (Micheal Ward) durante una de esas fiestas.


15 de enero de 2021
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
*Deseo, música y seducción

Es que en la apasionante Lovers Rock prácticamente no hay trama. Lo que se apodera del interés del afanoso Steve McQueen es la necesidad por dilatar y prolongar una secuencia ambientada en una fiesta. Sabemos que allí podría haber mil historias potenciales en simultáneo: cada mirada, gesto y paso de baile representan una mínima motivación o intención por parte de los personajes que dotan de vida al entorno. Y esta parece ser la simple pero efectiva premisa que toman McQueen y Courttia Newland (coguionista), al detenerse en las miradas y gestos implícitos de Martha, Grace y compañía.

El director sabe muy bien que cada uno de ellos resguarda una verdadera intencionalidad, posiblemente instintiva, pulsional e inclusive inmoral. No son personajes perfectos, y ahí está el principal atractivo: en sus imperfecciones, sus impulsos y deseos fugaces pero cargados de intensidad, que sobrevuelan el ambiente sofocado por el humo de los cigarrillos de marihuana en esa atmósfera festiva.

*El equilibrio descriptivo

No existe prohibición ni represión en ese ambiente jovial, y por lo tanto las tensiones no tardan en evidenciarse: el galán intrépido que avanza sobre las mujeres de manera abusiva, el familiar borracho que pierde el control embebido en alcohol y hace infames declaraciones, los inevitables enfrentamientos regidos por celos absurdos y alterados por los excesos. E incluso la tensión por la discriminación racista que siempre está a la vuelta de la esquina.

Pero Steve McQueen sabe muy bien cómo mantener todos estos aspectos dentro de los límites de su propia apuesta estética: logra mantener un equilibrio estupendamente concordante de todos y cada uno de estos rasgos (los más narrativos y los más descriptivos), generando un clima de suspensión dramática constante en donde la estética visual y sonora pasan a ser lo prioritario.

*El amor, un silly game

En este tipo de obras, conviene no spoilear ni siquiera los tratamientos recursivos que se emplean desde la puesta en escena, pero podemos adelantar uno de ellos: todos bailan, botellas en mano, mientras entonan efusivamente los versos de Silly games de Janet Kay. La banda sonora musical se empieza a desvanecer y las voces, vivificantes y a capela, se apoderan del protagonismo. La fiesta entera canta y baila imponentemente. Un juego de recursividad que sólo la magia del cine puede consolidar.

Steve McQueen construye la progresión previa a este momento de quiebre, que se hace esperar como si se tratara de una revelación argumental crucial en términos dramáticos, pero no lo es: es tan sólo una escena de canto y de baile. Y es acaso la mejor escena de canto y de baile que se ha visto en los últimos años.

*Conclusión

Lovers Rock es música y descontrol, es sensualidad desbordante y juegos de seducción. Es un registro traslúcido de un contexto espacio-temporal bien definido en una época determinada (capturada a la perfección por la estética visual y la banda sonora). Pero también, y ante todo, Lovers Rock es una historia de amor; porque las mejores historias de amor son las que no precisan de una trama minuciosamente explicada para movilizar al espectador. Con la emoción basta, y Steve McQueen es consciente de eso.

Escrito por Juan Velis
Cinemagavia
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