Woody Allen podría adolecer de un transtorno bipolar observando esta película, sólo una mente maestra como la suya, puede pasar de una comedia que te alegra la vida, a una película que te descubre la más maquiavélica vehemencia del suicidio. Ese gas inundó todos mis sentidos olfativos, me parecía olerlo durante dos años después de ver la película y hasta que no pasaron 4 años no me he atrevido a ver de nuevo una película de Woody Allen. Ví la película de chico (16 años) sin tener la precaución de informarme que era uno de los dramas más duros que he visto nunca. A su alta tensión de película de sobremesa de antena 3, mezclado con Hichtcock, se entremezcla la repugnancia de la necesidad del suicidio que aparece en una película como Saw (lo peor de mi vida).
Aunque la caracterizan de muerte dulce, creo que es una de las peores. Esa mujer recubriendo sus últimos momentos de esparadrapo proyectaron una crudeza insólita dentro de mi mente. No era capaz de llegar a la tele y apagar lo que estaba viendo.
No sé, creo que yo sentí ardor del ser humano por lo que puede llegar a hacer en momentos de soledad y desesperación. Dicha soledad también me hizo una persona sombría durante algunas horas y hasta creo que soñé con esta película, además de mirar continuamente el butano antes de acostarme. Creo que un niño no adulto no debe verla, aunque también reconozco que quizás yo me meto demasiado y no soy capaz de jugar a los juegos de pistolita porque me creo que me disparan a mí.
Nunca más la volveré a ver, y si lo hiciera sería porque me estarían torturando, aún así le doy un 8, porque la interpretación es sublime y la ausencia toma presencia en la sala de visionado de la película.