Media votos
6,8
Votos
1.291
Críticas
37
Listas
12
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Sirah Wiedemann:
9
7,1
4.228
Drama
Anders está a punto de acabar un tratamiento de desintoxicación en un centro rural. Como parte de su terapia, una mañana va a la ciudad a una entrevista de trabajo. Aprovechando el permiso, se queda en la ciudad y se encuentra con gente que hacía mucho tiempo que no veía. Es un hombre inteligente, guapo y de buena familia, pero se siente profundamente perturbado por las oportunidades que ha desaprovechado y por las personas a las que ha ... [+]
31 de agosto de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no es hasta tres semanas más tarde cuando el calendario nos marca la llegada del otoño, tendemos a asociar el último día de agosto con el fin del verano, como si por una suerte de hechizo esas horas se nos antojasen las últimas que nos permiten aún saborear la verdadera libertad estival. En la segunda película del noruego Joachim Trier, “Oslo, 31 de agosto”, el título encierra algo más que una mera simbología, sirviendo de sutil e hiriente metáfora a los hechos que presenciaremos en primera persona a través de Anders durante las 24 horas de ese día.
Las idas y venidas de 34 años de vida se condensan en un espacio y tiempo limitados, donde cada plano de Oslo destila frescura gracias a una cámara que se lanza sin restricciones a seguir cada rastro de su errabundo protagonista, homenajeando así el espíritu de la nouvelle vague. Mientras las heridas vitales amenazan cada nuevo paso, la sombra de un hombre brillante se pregunta qué empuja al ser humano a luchar tomando la incertidumbre como única certeza en el mapa a seguir. Demostrando la vigencia del texto en el que se basa (“El fuego fatuo”, de La Rochelle), la libre adaptación de Trier es un brillante ejercicio de estilo narrativo y visual al servicio de las inquietudes que afligen al hombre en el contexto social de su tiempo.
Con la fragilidad de las relaciones humanas y el infierno de las adicciones como telón de fondo, este bello y devastador relato sobre la vulnerabilidad emocional e intelectual que se esconde en la acomodada sociedad noruega remite a ese aire viciado del cual nos hablara Sylvia Plath en “La campana de cristal”. Un aire que, teñido del existencialismo más feroz en su contenido, acorrala a los viandantes nauseabundos avivando las brasas del fuego que terminará por devorarlos. Peaje caro y doloroso que muchos, sin saberlo, están condenados a pagar.
Las idas y venidas de 34 años de vida se condensan en un espacio y tiempo limitados, donde cada plano de Oslo destila frescura gracias a una cámara que se lanza sin restricciones a seguir cada rastro de su errabundo protagonista, homenajeando así el espíritu de la nouvelle vague. Mientras las heridas vitales amenazan cada nuevo paso, la sombra de un hombre brillante se pregunta qué empuja al ser humano a luchar tomando la incertidumbre como única certeza en el mapa a seguir. Demostrando la vigencia del texto en el que se basa (“El fuego fatuo”, de La Rochelle), la libre adaptación de Trier es un brillante ejercicio de estilo narrativo y visual al servicio de las inquietudes que afligen al hombre en el contexto social de su tiempo.
Con la fragilidad de las relaciones humanas y el infierno de las adicciones como telón de fondo, este bello y devastador relato sobre la vulnerabilidad emocional e intelectual que se esconde en la acomodada sociedad noruega remite a ese aire viciado del cual nos hablara Sylvia Plath en “La campana de cristal”. Un aire que, teñido del existencialismo más feroz en su contenido, acorrala a los viandantes nauseabundos avivando las brasas del fuego que terminará por devorarlos. Peaje caro y doloroso que muchos, sin saberlo, están condenados a pagar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Había un tiempo en el que la palabra soñar entrañaba algo más que la anhelada utopía. Se erigía en motor vital, en oasis al que asirse para reafirmarte en tus decisiones. Lo esencial sería caminar, atreverse a dejar las huellas que tu espíritu te instaba a devolver a un mundo que aparentemente te había otorgado las herramientas necesarias para continuar. ¿Es lo que creían todos, o se dejaban llevar cuán esclavos de lo más arraigado en el tejido social al que pertenecían? Y llega un día, o más bien él se te descubre en su renovada apariencia, en el que aquel horizonte se antoja como una falacia, disfrazada de ilusión y fácilmente prescindible. La encarnizada lucha vital te muestra por fin lo implacable de su persecución. Termina por caerse la máscara que el elixir de la juventud nos había ocultado. La imagen proyectada sobrecoge, pero al mismo tiempo emana una sosegada paz. Quizás ya la esperabas. Y ahí lo descubres. Si. "Tout s'en va".
La reflexión previamente expuesta sirve para resumir la odisea vital de Anders en ese día clave, donde se intuye desde el inicio la decisión que ha tomado (la premisa del suicidio programado sobrevuela durante todo el metraje). Aunque el claro protagonista es él, la galería de personajes y situaciones que nos presenta el film construye una estampa generacional de treinteañeros que parecen dejar atrás su juventud llevando a cabo una vida convencional sin sobresaltos (pareja estable, hijos, problemas anodinos). Pero a pesar de su aparente imagen de confort, se abre un submundo poblado de personajes insatisfechos, narcisistas e hipócritas, que no dudan en tratar el idealismo o las miserias que pueblan el horizonte de Anders con una condescendencia hiriente rayando, en algunos casos, en lo amoral.
Decía el director en una de sus entrevistas que, precisamente, el alto idealismo del personaje era responsable en gran medida de su autodestrucción, tal y como había observado en colegas durante su juventud. Ya se sabe, como nos demostró Eric Rohmer con la protagonista de “El rayo verde” (1986), que las altas expectativas culturales y emocionales suelen conducir al aislamiento y la angustia existencial. Tema bellamente tratado en ambos filmes, aunque desde ópticas diferentes y con finales antagónicos.
Como reverso de la moneda que refleja la cara de Anders, encontramos a la llamada "sociedad del bienestar” que repudia a los que, como él, se han desvinculado de una vida modélica. Esos recovecos, invisibles pero punzantes, que parchean la red de nuestras interrelaciones personales demuestran lo inestable de sus cimientos y la hipocresía con la que solemos juzgar a aquéllos que se desmarcan de la senda “correcta”. A ese vacío se une el dolor por la incapacidad de sus familiares de acercarse a él, anteponiendo la cobardía al deseo de empatizar, rasgo que alcanza el máximo valor al no asistir la hermana de Anders a su cita en la cafetería.
Sin duda, tras “Oslo, 31 de agosto” y “El amor es más fuerte que las bombas” (y a la espera de ver su primer film, “Reprise”), Joachim Trier se ha convertido en un referente al que seguir en futuros proyectos. Lo que aquí consigue es harto difícil, ya que son pocas las películas que consiguen atraparte por mucho tiempo sin saber del todo por qué. Si hay una película que me ha tocado en los últimos meses es el arduo camino de este lobo estepario (en una interpretación extraordinaria de Anders Danielsen Lie), nacido de la pluma de La Rochelle en los años 30 y rebautizado como Anders ochenta años después. Su visión de la soledad que albergan las almas más sensibles y creativas se ha impregnado en mí como una segunda piel, susurrándome, en este día que cierra agosto, que no olvide a los que habitan las calles como él.
La reflexión previamente expuesta sirve para resumir la odisea vital de Anders en ese día clave, donde se intuye desde el inicio la decisión que ha tomado (la premisa del suicidio programado sobrevuela durante todo el metraje). Aunque el claro protagonista es él, la galería de personajes y situaciones que nos presenta el film construye una estampa generacional de treinteañeros que parecen dejar atrás su juventud llevando a cabo una vida convencional sin sobresaltos (pareja estable, hijos, problemas anodinos). Pero a pesar de su aparente imagen de confort, se abre un submundo poblado de personajes insatisfechos, narcisistas e hipócritas, que no dudan en tratar el idealismo o las miserias que pueblan el horizonte de Anders con una condescendencia hiriente rayando, en algunos casos, en lo amoral.
Decía el director en una de sus entrevistas que, precisamente, el alto idealismo del personaje era responsable en gran medida de su autodestrucción, tal y como había observado en colegas durante su juventud. Ya se sabe, como nos demostró Eric Rohmer con la protagonista de “El rayo verde” (1986), que las altas expectativas culturales y emocionales suelen conducir al aislamiento y la angustia existencial. Tema bellamente tratado en ambos filmes, aunque desde ópticas diferentes y con finales antagónicos.
Como reverso de la moneda que refleja la cara de Anders, encontramos a la llamada "sociedad del bienestar” que repudia a los que, como él, se han desvinculado de una vida modélica. Esos recovecos, invisibles pero punzantes, que parchean la red de nuestras interrelaciones personales demuestran lo inestable de sus cimientos y la hipocresía con la que solemos juzgar a aquéllos que se desmarcan de la senda “correcta”. A ese vacío se une el dolor por la incapacidad de sus familiares de acercarse a él, anteponiendo la cobardía al deseo de empatizar, rasgo que alcanza el máximo valor al no asistir la hermana de Anders a su cita en la cafetería.
Sin duda, tras “Oslo, 31 de agosto” y “El amor es más fuerte que las bombas” (y a la espera de ver su primer film, “Reprise”), Joachim Trier se ha convertido en un referente al que seguir en futuros proyectos. Lo que aquí consigue es harto difícil, ya que son pocas las películas que consiguen atraparte por mucho tiempo sin saber del todo por qué. Si hay una película que me ha tocado en los últimos meses es el arduo camino de este lobo estepario (en una interpretación extraordinaria de Anders Danielsen Lie), nacido de la pluma de La Rochelle en los años 30 y rebautizado como Anders ochenta años después. Su visión de la soledad que albergan las almas más sensibles y creativas se ha impregnado en mí como una segunda piel, susurrándome, en este día que cierra agosto, que no olvide a los que habitan las calles como él.