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Voto de Sirah Wiedemann:
9
Drama Anders está a punto de acabar un tratamiento de desintoxicación en un centro rural. Como parte de su terapia, una mañana va a la ciudad a una entrevista de trabajo. Aprovechando el permiso, se queda en la ciudad y se encuentra con gente que hacía mucho tiempo que no veía. Es un hombre inteligente, guapo y de buena familia, pero se siente profundamente perturbado por las oportunidades que ha desaprovechado y por las personas a las que ha ... [+]
31 de agosto de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no es hasta tres semanas más tarde cuando el calendario nos marca la llegada del otoño, tendemos a asociar el último día de agosto con el fin del verano, como si por una suerte de hechizo esas horas se nos antojasen las últimas que nos permiten aún saborear la verdadera libertad estival. En la segunda película del noruego Joachim Trier, “Oslo, 31 de agosto”, el título encierra algo más que una mera simbología, sirviendo de sutil e hiriente metáfora a los hechos que presenciaremos en primera persona a través de Anders durante las 24 horas de ese día.

Las idas y venidas de 34 años de vida se condensan en un espacio y tiempo limitados, donde cada plano de Oslo destila frescura gracias a una cámara que se lanza sin restricciones a seguir cada rastro de su errabundo protagonista, homenajeando así el espíritu de la nouvelle vague. Mientras las heridas vitales amenazan cada nuevo paso, la sombra de un hombre brillante se pregunta qué empuja al ser humano a luchar tomando la incertidumbre como única certeza en el mapa a seguir. Demostrando la vigencia del texto en el que se basa (“El fuego fatuo”, de La Rochelle), la libre adaptación de Trier es un brillante ejercicio de estilo narrativo y visual al servicio de las inquietudes que afligen al hombre en el contexto social de su tiempo.

Con la fragilidad de las relaciones humanas y el infierno de las adicciones como telón de fondo, este bello y devastador relato sobre la vulnerabilidad emocional e intelectual que se esconde en la acomodada sociedad noruega remite a ese aire viciado del cual nos hablara Sylvia Plath en “La campana de cristal”. Un aire que, teñido del existencialismo más feroz en su contenido, acorrala a los viandantes nauseabundos avivando las brasas del fuego que terminará por devorarlos. Peaje caro y doloroso que muchos, sin saberlo, están condenados a pagar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sirah Wiedemann
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