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Voto de cassavetes:
6
6,2
10.004
Drama
En la Coney Island de la década de los 50, el joven Mickey Rubin (Timberlake), un apuesto salvavidas del parque de atracciones que quiere ser escritor, cuenta la historia de Humpty (Jim Belushi), operador del carrusel del parque, y de su esposa Ginny (Winslet), una actriz con un carácter sumamente volátil que trabaja como camarera. Ginny y Humpty pasan por una crisis porque además él tiene un problema con el alcohol, y por si fuera poco ... [+]
10 de enero de 2018
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película entra en una casucha mal insonorizada de un parque de atracciones de Coney Island y me doy cuenta de que lo que Woody Allen pretendía en Wonder Wheel es hacer una película teatral: véase, esos guiños a Tennesee Williams, Tranvías llamados deseos… tienen lugar en su mayor parte en un cubículo familiar muy apto para desgracias humanas. En ese sitio de tres al cuarto donde Kate Winslet y Jim Belushi malviven al cuadrado por metro cuadrado. El centro de operaciones, el escenario principal. El drama (¡melodrama!) de los años 50. Es, pues, una aproximación al Woody Allen íntimo y circunspecto de September, Another woman. O Balas sobre Broadway, el Balas sobre Broadway comedia, aunque ahí no hablo del enfoque sino del tema: el amor. Y la mafia.
Kate Winslet tiene migrañas (me identifico contigo, querida Kate; malditas migrañas, nadie sabe lo que son hasta que se sufren) porque trabaja de camarera en mitad de un infierno de parque de atracciones (petardos, escopetas de feria y bullicio 24/7), porque tiene que intentar dormir entre pastilla y pastilla para la cabeza y porque su segundo marido se ha convertido en un tipo francamente difícil de tratar, un Jim Belushi reencontrado para la ocasión y algo pasado de kilos (¿o pesaban los años?).
La cosa va de huidas. Kate Winslet está casada con Belushi porque huye de un pasado (aspiraciones frustradas de actriz de teatro por un amor infiel) y acaba así, retraída (o castigada, maldición divina) del mundo con un mal (y amor) menor; y de un presente huye también Juno Temple, hija del primer matrimonio de Jim Belushi y que acude al hogar protector del padre porque la mafia me persigue. En éstas, Justin Timberlake, un vigilante de la playa guapete y seductor, quiere triunfar en el teatro y de paso flirtear con Kate y con Juno. Y si la Winslet tiene migrañas es porque algo le reconcome, algo va mal en su cabeza. Y conoce a Timberlake. Y éste a la Temple. Y ahí tiene usted condimentos para el conflicto. Señor Tennesse Williams, please…
No, señor Woody Allen.
Un Woody Allen que trata el affaire amoroso de siempre pero con un trasfondo teatral que tira para atrás. En ocasiones demasiado hasta que la película incluso se resiente. De ahí tanto plano secuencia, en una intención clara a su vez de desnudar al actor: si eres bueno, lo vas a demostrar; aquí montaje, el justo, y cuando hay algún contraplano se nota, y hasta sobra. Y quién demuestra si eres bueno en tales condiciones, quién no tanto: la Winslet lo hace. Aunque sea a ratos. Si el teatro desnuda a los actores, alguno muestra, más que algunas carencias, sus vergüenzas.
Woody Allen, recuerdas a Bergman, lo que ya hiciste en September, por ejemplo, pero en 1987 te salió mejor. Justo treinta años pasaron. Y recuerdas el teatro filmado de Un tranvía llamado deseo, evidente. Esa Kate Winslet en el mejor momento de toda su actuación y de la película, en una escena casi final en la que recuerda sobremanera a Blanche DuBois. Podría haber sido una comedia perfectamente, por cierto. Pero el teatro tira más al drama. Y como en Another woman, el ramalazo es tragicómico.
Que será verano y tal en Coney Island, pero las nubes (buen Storaro en la fotografía de interior, también en la de exterior) y la lluvia (clave en la historia, buena elección ésa, vive Dios) lo cubren todo en pro del tono drama de la película. El sol sale menos esta vez con Woody Allen…
Kate Winslet tiene migrañas (me identifico contigo, querida Kate; malditas migrañas, nadie sabe lo que son hasta que se sufren) porque trabaja de camarera en mitad de un infierno de parque de atracciones (petardos, escopetas de feria y bullicio 24/7), porque tiene que intentar dormir entre pastilla y pastilla para la cabeza y porque su segundo marido se ha convertido en un tipo francamente difícil de tratar, un Jim Belushi reencontrado para la ocasión y algo pasado de kilos (¿o pesaban los años?).
La cosa va de huidas. Kate Winslet está casada con Belushi porque huye de un pasado (aspiraciones frustradas de actriz de teatro por un amor infiel) y acaba así, retraída (o castigada, maldición divina) del mundo con un mal (y amor) menor; y de un presente huye también Juno Temple, hija del primer matrimonio de Jim Belushi y que acude al hogar protector del padre porque la mafia me persigue. En éstas, Justin Timberlake, un vigilante de la playa guapete y seductor, quiere triunfar en el teatro y de paso flirtear con Kate y con Juno. Y si la Winslet tiene migrañas es porque algo le reconcome, algo va mal en su cabeza. Y conoce a Timberlake. Y éste a la Temple. Y ahí tiene usted condimentos para el conflicto. Señor Tennesse Williams, please…
No, señor Woody Allen.
Un Woody Allen que trata el affaire amoroso de siempre pero con un trasfondo teatral que tira para atrás. En ocasiones demasiado hasta que la película incluso se resiente. De ahí tanto plano secuencia, en una intención clara a su vez de desnudar al actor: si eres bueno, lo vas a demostrar; aquí montaje, el justo, y cuando hay algún contraplano se nota, y hasta sobra. Y quién demuestra si eres bueno en tales condiciones, quién no tanto: la Winslet lo hace. Aunque sea a ratos. Si el teatro desnuda a los actores, alguno muestra, más que algunas carencias, sus vergüenzas.
Woody Allen, recuerdas a Bergman, lo que ya hiciste en September, por ejemplo, pero en 1987 te salió mejor. Justo treinta años pasaron. Y recuerdas el teatro filmado de Un tranvía llamado deseo, evidente. Esa Kate Winslet en el mejor momento de toda su actuación y de la película, en una escena casi final en la que recuerda sobremanera a Blanche DuBois. Podría haber sido una comedia perfectamente, por cierto. Pero el teatro tira más al drama. Y como en Another woman, el ramalazo es tragicómico.
Que será verano y tal en Coney Island, pero las nubes (buen Storaro en la fotografía de interior, también en la de exterior) y la lluvia (clave en la historia, buena elección ésa, vive Dios) lo cubren todo en pro del tono drama de la película. El sol sale menos esta vez con Woody Allen…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
No he nombrado al hijo pequeño de Kate Winslet en la película, un elemento de mucho cuidado: un pirómano en potencia (se insinúa en una escena que simpatizaría con la mafia) que resulta ser de lo poco cómico que pudiera hablarse como tal en Wonder Wheel. O todo lo contrario: el hecho de que a ese chaval le dé por quemar allá por donde va cualquier material inflamable con el que se topa, puede verse como un símbolo de que, lo que no le gusta de lo que le rodea, a la hoguera; de que quiere acabar entre las llamas con todo lo malo que ve del mundo para que se consuma y desaparezca. Una pira de los deseos.