Estamos habituados a conectar la palabra “extremismo” con posturas políticas radicalizadas, pero es perfectamente aplicable a grupos religiosos ortodoxos, ya sea de la religión judía o de cualquier otra, que se cierran sobre sí mismos, creen que no hay otra Verdad que la que ellos profesan, por consiguiente no tienen intercambio humano real con nadie que no opine ciento por ciento como ellos, y originan auténticos “vía crucis” para los pocos valientes que se rebelan contra esa tiranía y deciden escapar de las garras del grupo.

En un momento de este poderoso documental se dice que los hassidim judíos son la consecuencia del Holocausto y de la Segunda Guerra Mundial; es posible que estos dos fenómenos terribles hayan incentivado los rasgos más sectarios de este grupo, pero por otro lado sabemos que no surgió en el siglo XX sino a comienzos del siglo XVIII. Y más allá de su interpretación de la fe y la religión —de la que este documental casi no se ocupa—, que puede haber tenido elementos positivos, lo concreto es que, vuelto sobre sí mismo, dio origen a horribles costumbres autoritarias, muy ligadas a la sociedad paternalista y machista, que lo equiparan con ciertas variedades del fascismo.

Curiosamente, el origen de la palabra hebrea jasid está, al parecer, en conceptos como “piedad” y “bondad”, precisamente lo contrario de lo que ejercen los líderes de esta comunidad con los “herejes” que no se someten a su autoritarismo familiar y moral.

Aparte de permitir conocer las tácticas totalitarias de este grupo para reducir a los que piensan distinto, el documental exhibe una calidad fílmica que lo vuelve no solo instructivo sino bello. Pero es una belleza trágica, la que acompaña a tres vidas desgarradas de otros tantos rebeldes.