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Voto de cinedeautor:
7
Drama Ésta es la historia de un líder guerrero, involucrado en una guerra y que se propone reconstruir la relación con su esposa. Se trata de una de las tragedias más importantes de la literatura. Adaptación de la obra de William Shakespeare. (FILMAFFINITY)
30 de diciembre de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres de los mejores directores que ha dado este arte adaptaron con mayor o menor éxito la obra teatral del genio inglés. Akira Kurosawa, Polanski y Orson Welles fueron los encargados de dar vida a al traidor de Macbeth en su deseo de ser rey. Cada uno fue capaz de impregnar a la obra su propia identidad y diferenciarla de las otras. De esta forma, Trono de sangre, la adaptación dirigida por Kurosawa, tenía lugar en el Japón feudal y no en Escocia. Probablemente sea la versión más libre de las que se hayan hecho, aunque sigue siendo fiel al libreto original. Años antes, Orson Welles ya había probado suerte al haber adaptado en el teatro varias obras de Shakespeare con anterioridad. Rodada en apenas un mes y con un presupuesto muy bajo, fue un fracaso en su época; aunque eso no le prohibió a Welles dirigir, cuatro años más tarde, Otelo, la cual fue un quebradero de cabeza terminarla. Este Macbeth era una película oscura, muy teatral y con escenarios totalmente barrocos que se veían afectados por los tenebrosos juegos de luces y sombras que había. Si bien parecía que las obras de estos dos maestros eran imposibles de superar, llegó Polanski y se puso a la altura. El director polaco consiguió llevársela a su campo, envolviendo el film en su típica atmósfera onírica y macabra más que conocida. Con una voz en off que actuaba como los pensamientos de los personajes, lograba realizar un film un tanto claustrofóbico y subjetivo. Cualquiera diría que estábamos viendo una especie de Repulsión ambientada en la Edad Media. Justin Kurzel tenía una compleja labor por delante, ya que cada versión del clásico se había hecho desde una perspectiva personal y no era una adaptación sin más; y es por eso que el trabajo resultante ha sorprendido a muchos al ser una obra que apuesta fuerte por lo visual y lo estético.

Adaptar una obra de teatro es siempre muy difícil debido a que el cine se apoya en diferentes códigos como suele ser el montaje o el aspecto visual. Además, y sobre todo en Shakespeare, el lenguaje empleado en los diálogos puede perjudicar a la verosimilitud y a la naturalidad de la obra haciendo que esta pierda la espontaneidad característica de las películas. Pero, sorprendentemente o no, todas las versiones realizadas hasta la fecha se han mantenido fiel a dicho lenguaje. Por lo que cada una han tenido que contrarrestar el peso teatral con un mayor protagonismo de lo visual o de la voz en off. En el caso de Justin Kurzel, la envuelve en una atmósfera prácticamente onírica y que nos hace dudar en determinados momentos si lo que pasa es real o es fruto de la enferma mente de Macbeth.

La ventaja a la hora de adaptar este tipo de obras es la libertad que el director puede tener para colocar todas las piezas que a uno le dan, ya que en el libreto simplemente salen las indicaciones del lugar y todo lo que aparece se quedan a merced de las explicaciones que den los personajes. De este modo, la ambientación y la puesta en escena es exclusividad del realizador que la haga. Welles apostó por unos escenarios de piedras -ese castillo que parecía casi una cueva- y una vestimenta más propios del expresionismo alemán que de los medievales, a la vez que utilizaba un montaje muy influenciado por el cine soviético. Polanski, por su parte, se acercó más a una ambientación típica de la Edad Medieval y se centró más en el aspecto psicológico de cada de uno de los protagonistas. Justin Kurzel realiza tal vez el Macbeth más personal de todos y el, sin duda, más cinematográfico de los que se hayan hecho. Respeta los diálogos originales, sí; pero la importancia de apartado visual es igual o mucho mayor. Es un Macbeth que cabalga entre los espacios abiertos y los cerrados, y donde cada uno de los dos tiene sus propias reglas. Así cuando se encuentran entre cuatro paredes, nos encontramos con una obra que juega en la misma liga que la del polaco y que está llena de primeros planos con las caras de estos dos grandes actores que son Michael y Marion. Son los dos protagonistas más humanos, y hablan entre susurros mientras proyectan un abanico de expresiones en sus rostros. Desde la sonrisa de oreja a oreja hasta las lagrimas que caen por sus mejillas. Y es que parece que esta película está realizada desde el punto de vista de Bergman o Dreyer. Los escenarios exteriores, por el contrario, están llenos de sangre y violencia. Ya sea en la brutal batalla del inicio, rodada casi toda en slow motion, o las ejecuciones públicas que se hacen en el patio del castillo. Y en todos ellos predomina el ruido del paisaje y el silencio de los hombres. Pero si en algo coinciden los dos mundos es en la lentitud y la calma con la que se desenvuelven sus elementos. La cámara casi congelada muestra mejor la brutalidad de las peleas resaltando la violencia con la que se desarrollan, y que llegan incluso a ser bellas. Esta lentitud presente hace confluir las partes más teatrales con las cinematográficas. Hasta el asesinato del Rey se realiza con la misma tranquilidad que la trágica locura de Lady Macbeth. El dinamismo se lo guarda para el mejor momento, que no es otro que la resolución final en medio de una niebla naranja que parece sacada de Mad Max.

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cinedeautor
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