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Voto de Bloomsday:
10
8,1
24.629
Drama
Elisabeth (Liv Ullmann), una célebre actriz de teatro, es hospitalizada tras perder la voz durante una representación de "Electra". Después de ser sometida a una serie de pruebas, el diagnóstico es bueno. Sin embargo, como sigue sin hablar, debe permanecer en la clínica. Alma (Bibi Andersson), la enfermera encargada de cuidarla, intenta romper su mutismo hablándole sin parar. (FILMAFFINITY)
20 de diciembre de 2006
313 de 359 usuarios han encontrado esta crítica útil
El proceso creativo, el artista. Bergman nos rompe la ilusión de realidad, esa madriguera calentita del que ve una película creyendo por unos minutos, aunque sepa que no es así, que la imagen proyectada es cierta, que sucede realmente. Bergman prefiere ser el cirujano que constantemente rompe la narración, que nos sacude el letargo del hilo narrativo con un fuerte olor a cloroformo (mostrándonos arcos de luz, desenfocando la imagen...) para indicar que alguien está manejando el asunto, que alguien plantea sus dudas, sus contradicciones y su propia experiencia a través de una mera ilusión de realidad. Que Bergman, y por extensión el cine mismo, nos está colocando sus propias cuitas en primer término de forma mucho más desnuda que las películas convencionales.
Bergman, como digo, se carga esta máscara. Y lo hace para que quede clara su reflexión, para que estemos al tanto de la manipulación y la distancia. Un mecanismo que, además de impactar por su innegable eficacia, sirve de guía.
La metáfora del silencio es fantástica. Me encantaría hacerlo. Creo que es la única solución posible. La falta de voluntad, dejarse llevar por una sinergia que no entendemos, no plantear falsas resistencias que sólo son espejismos. Por ello Bergman rompe la ilusión de la imagen cinematográfica, para hablar de todo esto sin recurrir a la falsa ilusión que proporciona el concepto “película” y que, trazando un paralelismo, es la que nosotros empleamos para vivir. Nuestra vida es una ilusión, una impostura. Una película. El lenguaje, los actos... no hay verdad en ellos. Aunque creamos lo contrario son tan falsos como el cine, sólo incorporan vocación de realidad, nada más. Sólo así se explica que seamos tan contradictorios.
El silencio, la comunicación, el contacto... Las dos mujeres irán desgranando sus miedos hasta demostrar que son una única persona. Dos perspectivas de lo mismo, los miedos y congojas desde dos puntos de vista que, en el fondo, son la misma cosa. Las dos protagonistas representan cosas distintas, tienen planteamientos, digamos, vitales distintos... Pero acaban siendo lo mismo (hipnóticamente representado por Bergman en un plano parte ya de la historia del cine). Se sinceran, se comprenden, se enfrentan... Como cada uno de nosotros hacemos con nosotros mismos.
En esta crítica he obviado cualquier dato de interés sobre posibles explicaciones y elementos que rodearon la gestación de la película ya que sería repetir cuestiones ya mencionadas. En este sentido recomiendo leer todas las críticas anteriores y especialmente las de Miquel y Carsecor. Son una importante pista a la hora de entender algo de este galimatías. El que quiera entender claro, que lo de la comprensión está muy sobrevalorado. Yo prefiero la implicación.
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Bergman, como digo, se carga esta máscara. Y lo hace para que quede clara su reflexión, para que estemos al tanto de la manipulación y la distancia. Un mecanismo que, además de impactar por su innegable eficacia, sirve de guía.
La metáfora del silencio es fantástica. Me encantaría hacerlo. Creo que es la única solución posible. La falta de voluntad, dejarse llevar por una sinergia que no entendemos, no plantear falsas resistencias que sólo son espejismos. Por ello Bergman rompe la ilusión de la imagen cinematográfica, para hablar de todo esto sin recurrir a la falsa ilusión que proporciona el concepto “película” y que, trazando un paralelismo, es la que nosotros empleamos para vivir. Nuestra vida es una ilusión, una impostura. Una película. El lenguaje, los actos... no hay verdad en ellos. Aunque creamos lo contrario son tan falsos como el cine, sólo incorporan vocación de realidad, nada más. Sólo así se explica que seamos tan contradictorios.
El silencio, la comunicación, el contacto... Las dos mujeres irán desgranando sus miedos hasta demostrar que son una única persona. Dos perspectivas de lo mismo, los miedos y congojas desde dos puntos de vista que, en el fondo, son la misma cosa. Las dos protagonistas representan cosas distintas, tienen planteamientos, digamos, vitales distintos... Pero acaban siendo lo mismo (hipnóticamente representado por Bergman en un plano parte ya de la historia del cine). Se sinceran, se comprenden, se enfrentan... Como cada uno de nosotros hacemos con nosotros mismos.
En esta crítica he obviado cualquier dato de interés sobre posibles explicaciones y elementos que rodearon la gestación de la película ya que sería repetir cuestiones ya mencionadas. En este sentido recomiendo leer todas las críticas anteriores y especialmente las de Miquel y Carsecor. Son una importante pista a la hora de entender algo de este galimatías. El que quiera entender claro, que lo de la comprensión está muy sobrevalorado. Yo prefiero la implicación.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
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Luego además, Bergman no puede reprimirse, nos habla de la nada, del vacío existencial, de la “náusea” (el desconocimiento de nuestro cometido, la sinrazón de las guerras, sufrimientos etc., la inutilidad de nuestros quehaceres cotidianos, la torpeza del amor, del sexo, la ternura... de esas cosas que consideramos asideros indiscutibles de nuestras vidas). Pero esta parte me interesa menos. No es arrebatadora, no sientes la oquedad de la vida como sí la notas en por ejemplo La náusea de Sartre o Malone muere de Beckett (siento ponerme pedante, como Bergman, pero tengo la excusa de que hablo desde la pasión que siento por estas novelas y desde los magníficos ratos que me han hecho pasar, no desde una erudición de la que, por otra parte, carezco). Desde la perspectiva de este tipo de literatura la desazón existencial que Bergman nos plantea en Persona se me queda un poco corta; no engancha, no acojona. No te hace sentir el vacío, no te abre el pecho. Sólo comprendes de lo que te está hablando. El problema es el enigmático tono que insiste en imponernos. Como si las dudas existenciales más intangibles (la incógnita de un mundo aséptico ante el sufrimiento ajeno, la incógnita de nosotros mismos etc.), y las más, digamos, cercanas (el enigma de un disco sonando, levantarse en una habitación extraña, un papel retorciéndose en el suelo...), no fueran ya suficientemente sombrías. Como si el famoso to be (ser y estar) no fuera suficientemente jodido.
Por tanto mi nota, un magnífico 8, va más por la puesta en escena, las interpretaciones, los hallazgos visuales y la alucinada iluminación en blanco y negro (con sus diferentes texturas)... que por su existencialismo críptico. Y por un par de ideas en la resolución de la cinta que me parecen perfectas. Y porque es claro que forma parte de ese selecto club de películas extravagantemente únicas.
Para verla varias veces tomando apuntes sobre lo que va pasando para así atar cabos al final. No estoy preparado aún para decir que es la cumbre de Bergman. Y además me extraña que tanta gente sí lo esté.
Luego además, Bergman no puede reprimirse, nos habla de la nada, del vacío existencial, de la “náusea” (el desconocimiento de nuestro cometido, la sinrazón de las guerras, sufrimientos etc., la inutilidad de nuestros quehaceres cotidianos, la torpeza del amor, del sexo, la ternura... de esas cosas que consideramos asideros indiscutibles de nuestras vidas). Pero esta parte me interesa menos. No es arrebatadora, no sientes la oquedad de la vida como sí la notas en por ejemplo La náusea de Sartre o Malone muere de Beckett (siento ponerme pedante, como Bergman, pero tengo la excusa de que hablo desde la pasión que siento por estas novelas y desde los magníficos ratos que me han hecho pasar, no desde una erudición de la que, por otra parte, carezco). Desde la perspectiva de este tipo de literatura la desazón existencial que Bergman nos plantea en Persona se me queda un poco corta; no engancha, no acojona. No te hace sentir el vacío, no te abre el pecho. Sólo comprendes de lo que te está hablando. El problema es el enigmático tono que insiste en imponernos. Como si las dudas existenciales más intangibles (la incógnita de un mundo aséptico ante el sufrimiento ajeno, la incógnita de nosotros mismos etc.), y las más, digamos, cercanas (el enigma de un disco sonando, levantarse en una habitación extraña, un papel retorciéndose en el suelo...), no fueran ya suficientemente sombrías. Como si el famoso to be (ser y estar) no fuera suficientemente jodido.
Por tanto mi nota, un magnífico 8, va más por la puesta en escena, las interpretaciones, los hallazgos visuales y la alucinada iluminación en blanco y negro (con sus diferentes texturas)... que por su existencialismo críptico. Y por un par de ideas en la resolución de la cinta que me parecen perfectas. Y porque es claro que forma parte de ese selecto club de películas extravagantemente únicas.
Para verla varias veces tomando apuntes sobre lo que va pasando para así atar cabos al final. No estoy preparado aún para decir que es la cumbre de Bergman. Y además me extraña que tanta gente sí lo esté.