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España España · Cines Astoria Alicante
Voto de Bloomsday:
8
Drama En una vieja casa aislada, situada en un fantasmagórico paraje campestre de tonalidades pictóricas, un joven (Aleksei Ananichnov) dispensa amorosas atenciones y cuidados a su madre gravemente enferma (Gudrun Geyer). En el que quizá sea su último paseo juntos, él la lleva en brazos, y ambos evocan melancólicamente el pasado. (FILMAFFINITY)
25 de febrero de 2012
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
"A los dioses amad, pensad en los mortales. Ni ebriedad ni frialdad, ni descripción ni lección; si os asusta algún maestro pedid consejo a la naturaleza" (F. Hölderlin).
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Como en el cuadro ‘El monje a la orilla del mar’ de Caspar D. Friedrich (influencia reconocida por el propio Sokurov) nuestra conciencia otea el infinito en este film. Un terreno abierto de idealismo y belleza sublimada.

Esa condición incorpórea la comprobamos en los personajes. Sin posibilidad alguna de análisis caracterológico, ambos se alzan como figuras epónimas representativas de un destino humano y su condena: metáfora, poesía, planos donde buscar las resonancias últimas de una condición, la nuestra, “arrojada” al mundo…
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La técnica empleada por el realizador para la visión idealizada es una bola de cristal decorativa, iridiscentes sus formas por la curvatura de la luz y el vidrio (anamorfosis: pinta sobre la lente y coloca estratégicamente vidrios a su alrededor, usa filtros de color… ). Obtiene así un “flou” refractado que distorsiona el escorzo de los parajes y las formas en “figuras serpentinatas”.

Las pretensiones de puesta en escena de Sokurov llevan al extremo el tratamiento pictórico y plástico de las imágenes. Como dice Joao Nisa, Sokurov provoca la “reducción de la profundidad a la bidimensionalidad de la superficie lisa de la pantalla (…) la ausencia de movimientos de cámara en profundidad”. Todo para un aplastamiento, una horizontalidad deformada que nos remite en su tratamiento de líneas y colores a la actuación del pintor sobre el lienzo: “I did not want to create three-dimensional spaces but a surface, a picture” (Sokurov).
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Toda esa resonancia confesa de Turner o Hubert Robert no sirve para oponerle algo sólido a la muerte. Fracasa el recurso “Sherezade” (‘Las mil y una noches’) de diferir lo inexorable mediante la belleza o el relato, pese a que los hombres intentan desde siempre la inmortalidad desde lo artístico. Aun así, Sokurov apunta a lo sublime porque no hay mejor recurso para la eternidad. “Sublime” como reacción vital a favor del imprevisto, rompiendo la armonía a través de una imagen inclinada como tela estirada en sus bordes.
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Pero solo rescatamos algo de solaz o esperanza en la comunión universal y poética entre las figuras categoriales de Madre, Hijo y Naturaleza. Naturaleza como mito romántico del “Anima mundi“, como “voluntad” del mundo, como el “ser de lo ente” (“Rilke llama a la naturaleza ‘fundamento originario’, en la medida en que es fundamento de ese ente que somos nosotros mismos”, dice Heidegger). Hasta que lo humano descanse en la naturaleza en un mismo conjunto inmanente de fraternidad como un todo panteísta (como si la película fuera un remedo fílmico de −otra vez Friedrich− ‘Ocaso (hermanos)’ y su paisajismo de lejanía infinita).
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Y es que la naturaleza tiene una importancia capital en la parcela técnica, tanto en el sonido (pájaros, viento, mar) como en la fotografía del film; dice Sokurov: “Nuestro set era una construcción muy complicada, en una duna cerca de la floresta (…) Eso permitía al director de fotografía captar el sol y la luz, y crear y manipular”.

En esa asociación hombre-naturaleza, ese regreso a nuestro origen primero, encontramos el amparo existencial del tránsito o flujo natural. La fuerza pajiza del sol sobre las hojas de hierba, el cielo coagulado de nubes tumultuosas, este bosque de la madurez de Iván… Todo remite a la quietud o indiferencia de un Universo donde nosotros no somos más que un pequeño instante. Siglos de árbol y hombre asumiendo la fenomenología del “mientras tanto” en conversaciones maternales de ternura inmortal (por caduca e insignificante. Más inmortal percibimos la ternura cuanto más patética es).
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Madre, Hijo… más figuras simbólicas: tren quejumbroso atravesando el plano, barco en una profundidad de campo marítimo (sonido bressoniano que vira hacia una metafísica de vida que se marcha)… Elementos y metáforas que apuntan a la conclusión última: configurar la figura o imagen de Pietà invertida que es el film como un dolor universal o una condena colectiva.

Crítica con imágenes:
https://breviariocinematografico.wordpress.com/2014/12/22/674/
Bloomsday
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