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España España · Alicante
Voto de Deckard:
5
Ciencia ficción Treinta años después de los eventos del primer film, un nuevo blade runner, K (Ryan Gosling) descubre un secreto profundamente oculto que podría acabar con el caos que impera en la sociedad. El descubrimiento de K le lleva a iniciar la búsqueda de Rick Deckard (Harrison Ford), un blade runner al que se le perdió la pista hace 30 años. (FILMAFFINITY)
6 de octubre de 2017
163 de 258 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de comentar lo que opino sobre esta película quiero aclarar algunas cosicas. Lo primero es que acabo de verla y todo lo que escriba aquí será, por tanto, precipitado, algo tan importante como esto hay que dejarlo madurar. Lo segundo es reconocer lo jodidísimo que lo tenía Villeneuve, comparar este título con algo tan absolutamente legendario como “Blade Runner” (1982), es muerte segura. Pero sería tan injusto esperar que esta nueva entrega esté a la altura de la anterior (incluso aunque fuese tan buena, no tendría el recorrido emocional y nostálgico de una obra clave estrenada hace ya casi 40 años), como olvidar lo que es: la puta segunda parte de Blade Runner (y a eso hay que exigirle todo y más). Por último, trataré de dejar claro algunos puntos importantes divididos entre “forma” y “contenido”, pero dejando muy clarito que, al menos en “Blade Runner” (1982), ambas cosas son lo mismo: las formas son contenido y el contenido condiciona por completo las formas.

FORMAS.

“Blade Runner” (1982) es una película ASFIXIANTE. La polución se siente, se huele, se te mete en los huesos. La primera parte es una película cuya forma apuesta por completo por lo atmosférico, una atmósfera opresora, cargada, decadente, sucia, artificial. Una puesta en escena, fotografía, acting, sonido y música que nos recuerda constantemente que el capitalismo se lo ha cargado todo, casi todo. Una estética artificial que bebe directamente de la publicidad y los videoclips: muy cuidada, efectista, contundente, lírica… Unas referencias que normalmente aborrezco pero que, en esta ocasión, juegan un papel fundamental en el contenido de la película provocando una artificiosidad que primero: genera un contraste maravilloso entre lo lírico y lo decadente, un futuro repugnante pero magnético y enormemente carismático. Y segundo: fortalece la idea central entre lo humano y lo artificial (no son casuales los maniquíes y juguetes mecánicos que se ven durante la cinta). Todo esto: la decadencia, un futuro asfixiante, la contradicción entre lo tecnológico y lo humano sentó las bases de la estética cyberpunk.

Pues bien, “Blade Runner 2049” (2017) se orina en la estética cyberpunk. No lo es. Estéticamente se parece más a “Ghost in the Shell” (2017) que a su antecesora. Y esto no es nada bueno. Sí, técnicamente es impecable. Pero no es cyberpunk. Ni si quiera son Los Angeles. Es efectos por ordenador, limpieza, blanco, con mucho bajo potente para que te llegue a la patata, refritos de la banda sonora original, pero nada de chicha ni de magnetismo. No encuentro poesía en sus imágenes, solo planos sueltos técnicamente preciosos.

CONTENIDO

No me quiero extender mucho pero ya sabéis, “Blade Runner” (1982) se sitúa en un futuro donde los oligopolios lo dominan absolutamente todo, como hoy en día pero aún más jodidos. Se emplaza la lucha de clases a un futuro en el que “la mano de obra desechable” la encarnan los androides. Unos androides diseñados a imagen y semejanza de sus creadores que han conseguido desarrollar sentimientos y raciocinio, por lo tanto, como medida de seguridad, tienen fecha de caducidad: 4 años. Unos cuantos pellejudos se rebelan, buscan a su creador con la esperanza de poder alargar su vida blablabla. En fin: humanidad, (no) dios, (no) vida después de la muerte, lucha de clases y toda la puta pesca filosófica más potente que pueda haber directa en vena.

“Blade Runner 2049” (2017) es más o menos lo mismo pero más explícito, infantil y sustituyendo el misterio por el culebrón. Es una película obsesionada con explicarse a sí misma, mientras que la primera la explica el propio público. Un ejemplo de ello es el personaje que interpreta Ana de Armas. Su personaje fundamentalmente es una herramienta para explicar la trama: una voz en off encubierta (descartada afortunadamente en las versiones del director de la primera parte). Para que se entienda la trama, el protagonista necesita exteriorizar sus pensamientos, desvelar detalles, descubrimientos… la única forma que se les ha ocurrido para hacerlo es poniéndole permanentemente una Cortana 3.0 al lado. Aprovechando lo dicho, intentan mediante esta subtrama ridícula ir un pasito más allá en relación con la anterior. La primera parte plantea contradicciones respecto a unos androides, la nueva entrega se atreve a plantear las mismas contradicciones pero con algo que ni si quiera es material, sino sencillamente digital. Esto ya lo hizo “Her” (2013) infinitamente mejor (y me quedo corto). Por lo demás, todo puro y torpe fan service.

BLADE RUNNER COMO PELÍCULA DE CIENCIA FICCIÓN SIN MÁS.

Vamos por un momento a olvidarnos del cyberpunk y de la primera parte de 1982. Vamos a intentar asimilarla como una simple película de ciencia ficción sin más: no aporta absolutamente nada.
Se trata de una mezcla de todas las putas películas de ciencia ficción que se han hecho en los últimos 10 años (futuro distópico, élite económica vs pueblo llano, rebelión, blablaba), mezclado con “Ghost in the Shell” (2017), “Terminator” (cualquiera) y “Her” (2013). Una película eso sí, muy elegante y con algunos detalles formales de mucha calidad.

Me voy a dormir.
Deckard
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