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Voto de José Manuel León Meliá:
5
Comedia Richard Nixon recibió a Elvis Presley en el Despacho Oval de la Casa Blanca el 21 de diciembre de 1970. ¿El motivo? Al parecer, a Elvis se le metió en la cabeza que quería tener una placa de agente federal para poder luchar contra la drogadicción en su país, y los asesores de Nixon pensaron que no había problema en conceder tal deseo, a cambio de unas fotografías que podrían mejorar la imagen pública del presidente, a quien el Rey del ... [+]
22 de julio de 2016
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cualquier anécdota relacionada con personas famosas e influyentes terminan convirtiéndose en película inspirada en hechos reales. Sobre todo si coloca en el mismo tablero, en esta caso, el despacho oval de la Casa Blanca, a dos figuras capaces de provocar opiniones y punto de vista contradictorios y enfrentados. Ver en la pantalla, en una ficción cachonda y juerguista, a Richard Nixon, presidente de los EE UU, en un momento de imagen devaluada por los feroces y violentos altercados sociales y raciales que asolaban el país, y al mismísimo rey del rock and roll, Elvis Aaron Presley, aterrado y cabreado por los terribles acontecimientos que ve en la pequeña pantalla, es, cuanto menos, digno de observarse y perder un poco de tiempo con la frívola y chocante reconstrucción de aquellos acontecimientos.
Además, “Elvis & Nixon”, dirigida por la realizadora, Liza Johnson, autora de la memorable, a mi juicio, “Hateship, Loveship”, permite una de las chaladuras y delirios de reparto más surrealista que quepa imaginar. La osadía y libertinaje de incrustar en las carnes y mentes de Richard Nixon y Elvis Presley los caretos y cuerpos de Kevin Spacey, a mi mode ver, está genial y fantástico, irónico, cínico y chuleta, encarnando al célebre “mentiroso” de La Casa Blanca, y el enorme y cara de palo, Michael Shannon, atreviéndose a interpretar, con desenfado y tono carnavalero, a Elvis Presley, entra, por derecho propio, en los desaguisados funambulescos más logrados y divertidos que he tenido ocasión de ver en los últimos tiempos.
Desde el comienzo, nada hace presagiar un filme jocoso y muy gracioso. Con semejantes tipos (grandes y exigentes actores) cargando con la rigurosa responsabilidad de interpretar dos personalidades tan subrayadas y conocidas, tanto por sus aciertos como defectos, es una tarea seria y aterradora, a la vez. Pero una vez que ves a Spacey y Shannon deambulando por la pantalla con un cometido que se lo toman a chufla, el filme, a pesar de su escada propuesta, se viene arriba, deleitando un espectáculo con bastante sentido del humor, traspasando la vulgar premisa para eregirse en una rocambolesca sátira repleta de curiosos detalles.
Si el comienzo es titubeante y de escaso interés, y sólo sirve como una especie de recetario o sumario de algunas de las paranoias más surrealistas de El Rey, y la consabida admiración que levanta en todos los sitios que visita, lo mejor de la función se guarda para la segunda parte del largometraje que se desarrolla en el interior de La Casa Blanca, en el despacho oval. En la reunión que mantienen el mandatario y sheriff del mundo libre, como se declara, Richard Nixon, y Elvis Presley. Ni decir tiene que Nixon no quería verse con Presley. Y una vez que acepta la visita exige que esta dure apenas cinco minutos. Lo que ocurre a continuación es una estrambótica reunión de dos tipos tan engreídos y fanáticos de su ego que el dislate se convierte en una bufonesco sainete que te anima a reirte y a pasarlo en grande.
Elvis Presley es dibujado como un hombre concienzado con los problemas y disturbios esparcidos por todo el país. Un hombre enterado, que se informa en los noticiarios y que se siente respaldado por el escalón que ocupa para tratar de ayudar al gobierno de su país. Michael Shannon aporta una glamur venenoso y un aire desbaratado y farsante, carcomido por una paranoia salvadora a rebufo de lo que él entiende una cruzada de ciudadanos antisistema que pretender destrozar el país. Presley está muy preocupado por la dirección que está tomando la sociedad de los EE UU, con la gente joven drogándose y quemando banderas. Eso es antiamericano, dice Presley. El concierto de Woodstock fue una excusa y cortina de humo para emborracharse, drogarse, desnudarse y arrastrarse por el barro. Todo esto se lo dice a Nixon, que asiente satisfecho de cómo una figura tan conocida se ajusta a su ideología e ideario que le conviene tener como aliado. Además le dice que The Beatles son comunistas y antiestadounidenses. Que Lenon actúa como una especie de profeta que sin ser comunista alienta y permite la revolución. Que lava el cerebro y adhiere a su causa a manifestantes izquierdistas. Y para evitar el caos del país, Preley le pide a Nixon una insignia (motivo de la visita) para ayudar al gobierno federal y pelear como agente independiente infiltrado en las cloacas comunistas (panteras negras y resto de grupos subversivos) para erradicar la anarquía que se les viene encima. ¿No me dirán ustedes que no es fantástico todo este enjambre? Lo mejor, como digo, es lo que ocurre en el interior de el despacho oval, con dos elementos en su salsa ajustando cuentas sin percatarse que en el entramado hay una burla descacharrante. Sin ser una gran película, la verdad es que me lo he pasado en grande.
José Manuel León Meliá
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