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España España · Málaga
Voto de Nuño:
9
Drama Gran Bretaña, en un futuro indeterminado. Alex (Malcolm McDowell) es un joven muy agresivo que tiene dos pasiones: la violencia desaforada y Beethoven. Es el jefe de la banda de los drugos, que dan rienda suelta a sus instintos más salvajes apaleando, violando y aterrorizando a la población. Cuando esa escalada de terror llega hasta el asesinato, Alex es detenido y, en prisión, se someterá voluntariamente a una innovadora experiencia de ... [+]
3 de marzo de 2018
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
1. Imagen

En materia de violencia gráfica, 'La naranja mecánica' resulta tímida y casi entrañable frente a, por ejemplo, las recientes 'A serbian film' o 'Martyrs'. Sin embargo, incomoda más, pues su violencia no es ejercida sobre los personajes tanto como emana de la propia premisa argumental.

La extraña ligazón entre Beethoven y palizas gratuitas obedece, diría yo, a dos decisiones. Por un lado, hacer constar el embeleso que produce, en Álex de Large, el desatar su ira contra lo inocente y cómo él lo entiende como algo deseable e incluso le supone una experiencia estética. Por otro, no limitar la película a una apología del desagrado; creo que todos convenimos en que rodar como lo hace Kubrick, con imágenes tan potentes, es meritorio en sí mismo.

La escena más perturbadora de la película para mí es, de hecho, la inicial, que no es violenta de una manera evidente. En ella, y mientras suena una tétrica melodía con sintetizador Moog, Álex parece querer amedrentarnos con su abyecta mirada y hasta la cámara, en un zoom-out muy propio de Kubrick, parece querer distanciarse de tan invasivos ojos.

2. Deformidades

El filósofo alemán Theodor Adorno concebía el lenguaje como "órgano del pensamiento". Los 'drugos' y Álex, tanto en la novela de Burgess como en el film de Kubrick, departen en una extraña jerigonza, mezcla de términos eslavos, 'cockneys' y, supongo, ficticios. Siguiendo la premisa de Adorno y aquella otra sentencia, cuyo autor no recuerdo, que decía que toda deformación del pensamiento viene precedida y sucedida, inequívocamente, de una deformación en el lenguaje, parece obvio que Kubrick no pase por alto este factor lingüístico, en el que los violentos drugos se nos hacen inteligibles y molestos al oído.

"¡No toques eso, es una obra de arte muy valiosa!", dice una de las víctimas a Álex, refiriéndose a un enorme pene de cerámica que se balancea. Kubrick, en una enorme muestra de cinismo, no parece compadecerse por la sociedad víctima de la brutalidad de las violentas pandillas adolescentes, sino que refleja un mundo en el que incluso el Arte parece envilecido.

3. Violencia y voluntad

Kubrick juega con la siguiente idea: tan deleznable es un caos deliberado fruto del placer de la maldad como una obediencia sumisa obligada, en forma de totalitarismo. En este caso, la Ciencia, el conductismo pavloviano en concreto, es la herramienta de la que el Estado se sirve, relegándola a mera comparsa de los poderes políticos (recordamos, en este punto, las cartas que escribiera Einstein a Roosevelt a propósito de la bomba atómica).

El personaje que parece sostener una opinión más equilibrada al respecto de cómo hacer el bien es el sacerdote, que no se salva de aparecernos como un personaje de meridiana ridiculez; señala el libre albedrío como indispensable. En lo personal, le veo como una suerte de heredero de Juan Duns Escoto, subrayando la necesidad del voluntarismo para, en este caso, que la bondad, como la fe, surja de la libre voluntad, que es la que guía el entendimiento. Es decir, según el Doctor Subtilis, no existe actividad racional sin la guía previa de la voluntad, y es esa voluntad la que debiera ser objeto de atención.

Álex no hace el bien porque quiera, sino porque no puede más que hacerlo.

...

4. Pesimismo

Tan acorralado se siente el espectador cuando Álex ejerce la violencia indiscriminada, como cuando es sometido a terapia. Al final, igualmente nos desasosiega ver cómo su vuelta a la sociedad supone una letanía de venganzas, en las que todos participan, subrayando el revanchismo como casi necesidad.

Kubrick ubica la violencia en Álex, para luego decirnos que él era sólo una de sus pequeñas manifestaciones, y que la violencia anida en moradas a las que no podemos acceder, acaso está imbricada en el alma humana.

Son, como dice Talibán, difíciles de aceptar tanto la ridiculez manifiesta de todo lo que acontece en pantalla como esa maldad irredenta e inextinguible que aparece como trasunto de esa sociedad distópica tan hermana de la real.

Como lo veo en este momento, creo que la validez de la propuesta de Kubrick no está en rebatir sus premisas tanto como lo está en el estado de ánimo con que abordemos la película y el grado de espanto que nos produzca todo lo que ocurre fuera de la pantalla.

Gracias.
Nuño
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