¡Qué dulce y qué tierna! Es imposible no terminar 'The Artist' sin tener un buen sabor de boca, el alma alegre y el corazón gozoso.

Esas sonrisas brillantes, esas carcajadas a mentón batiente, las cabriolas del perrito... Todo en 'The Artist' está hecho con un mimo profundamente delicado, llevándola al portento visual en cada encuadre. El blanco y negro la sostiene en una belleza imperecedera. Y qué escenas se saca de la chistera, espléndidas y radiantes que son imposibles de borrar de la memoria, momentos que sin duda pasarán por los años y seguirán perdurando, icónicos.

Pero ¿es 'The Artist' una pura perla? Pues no, al menos no para mí. Es una cinta entretenida, con una fotografía excelente, unos personajes carismáticos y guapos que son deliciosos a la vista, un tratamiento cándido de su tema que nos hará recordar el cine antiguo con nostalgia, y una banda sonora que brilla cada segundo. Eso es 'The Artist', un señor guapo y con buena percha vistiéndo traje, y una señorita preciosa, alegre, atrevida y jovial bailando sonriente.

Es difícil que no guste, normalmente encantará, porque es encantadora. Se recuerda pura y de buen corazón, pero no arrebata, no emociona, no sorprende, y al cine actual se le puede, y se le debe, pedir más. Muy correcta, correctísima, y quizás esa sea su mayor don, y su mayor incoveniente, sosteniéndola en un punto intermedio entre lo notable y lo sobresaliente.