La magia del cine familiar y de sci-fi de realizadores como Steven Spielberg o George Lucas es dificilmente imitable. Y Gil Kenan es la muestra de ello. Partiendo de un material interesante y de una rica puesta en escena, obtenemos una patata desabrida, apta para todos los públicos pero que te deja con mucha hambre. Es de resaltar la correcta y efectiva interpretación de los niños protagonistas, especialmente la niña-mensajera, y de un magnífico Landau que sigue dando clases de maestro de actores con muchas tablas. El ritmo es preciso pero no apasionado, se echa en falta más efectos de animales (la polilla o la rata-topo, estupendas) y en general la historia se precipita y cojea en su final, donde parece que quieren dar pie a una segunda parte a la vista de su extraña resolución. Para el público infantil es un buen material, y para el adulto, en manos de otro realizador más avezado y emocionalmente implicado, hubiera sido también una buena opción, pero la sosa blandura con la que se envuelve la historia la convierten en una poco interesante película de fantasia futurista.