Cuando alguien, no sé si por convicción, ignorancia o humor negro, eleva naderías huecas, pretenciosas y filofascistas como 300 a la categoría, no de obra maestra, que ya hay que tener ganas, sino de película innovadora y revolucionaria (no sé qué es peor, la verdad), no puedo evitar estremecerme de pies a cabeza. Me siento incapaz de valorar ésta cosa sin referirme única y exclusivamente a su esteticismo y espectacularidad visual, únicos elementos mínimamente reseñables en semejante pastiche ultraderechista de pavorosa actualidad que, aunque en un primer momento pueda llegar a sorprender por la innegable perfección de sus efectos, pasados veinte minutos de colorines, filtros, degradados y píxeles, termina por agotar a cualquier persona que no haya pasado media vida frente a la pantalla de un ordenador matando marcianos. En resumidas cuentas: película aburrida, ridícula, deleznable, insustancial, facha y patética donde las haya. A quien le guste que la compre.