Desde mi punto de vista ésta película tiene el siguiente fallo (y lo llamo fallo por llamarlo de alguna manera, porque para mí es casi perfecta: a un guión sólido como pocos, sin apenas fisuras, aunque pueda gustar más o menos, se añade una dirección realmente estupenda. Hay que ver qué planos más cojonudos se curra el tío): La Joven del Agua es un cuento de hadas (y esto hay que tenerlo bien en cuenta cuando se analiza, tanto por lo bueno como por lo malo que ello implica) demasiado adulto para encandilar a los niños y demasiado infantil (en algunos aspectos) para llamar la atención de los adultos. Se queda en tierra de nadie, pues. A lo mejor es por eso por lo que ha gustado tan poco a la mayoría del público y la crítica (luego están los pelmazos que siempre esperan que Shyamalan haga una película de terror, pero esos ya son para darles de comer aparte), que no terminaron de pillarle el punto a una historia con ninfas marinas, lobos feroces cubiertos de musgo y águilas gigantes enmarcada en un complejo de viviendas a cada cuál más hortera, personajes bastante alejados de los que suelen poblar éste tipo de relatos (al menos en apariencia) y profecías descifradas en cajas de cereales. La verdad es que la mezcolanza es cuánto menos curiosa, pero en mi opinión el resultado le salió redondo: genial la delicadeza con la que está rodada la historia, genial la belleza formal del conjunto, genial el juego metacinematográfico que se curra el director en ésta película y geniales los temas que trata: la incomunicación, la solidaridad, la búsqueda del objetivo vital y la felicidad. Una joya a redescubrir.