La inmensidad de Los Ángeles divisada desde una colina como una ciudad ajena al entorno. El desierto Estadounidense con sus destartaladas construcciones que parecen estar más cerca de un pobre decorado que de un lugar habitable. Los hoteles de carretera con decoración austera pero extravagante. O el de Houston, demostrando la magnitud de la ciudad pero intangible por desde un piso quince. Y un gabinete de striptease, separado por un vidrio donde la stripper no puede ver quién se encuentra al otro lado. Los escenarios elegidos tienen un hilo en común. Lugares apartados, por donde los hombres y mujeres vagan desorientados intentando dar sentido al propio entorno. Musicalizados por dos vías, la del clásico banjo de los Westerns americanos y por una melancólica melodía, Wenders elige unos escenarios ausentes (a pesar de la multitud de la gran ciudad), con pocos personajes, además de los cinco principales.

Una historia de familia en la que dos hermanos se cruzan después de no verse durante más de cuatro años, y en la que comienza una búsqueda por dilucidar el pasado. Uno de ellos no lo recuerda, o no lo quiere recordar, ni se acuerda de su propio hijo que quedó al cuidado de su hermano. Empieza una búsqueda en la que poco a poco rememorará las causas de su ausencia.

Aunque la duración de la película puede convertirse en una obra de difícil digestión, Wenders disecciona la cinta con un comienzo apabullante, hasta un final que perdurará en la historia del cine. «¿Te puedo contar una historia? Es un poco larga», le dice Travis a Jane. Los recuerdos y el pasado se entremezclan para convivir con los remordimientos y la inquietud de descubrir que somos responsables de lo ocurrido.