Hacía tiempo que iba al cine y no salía tan contento como cuando fui a ver Sin City, película de la que solo conocía el nombre, a la que fui convencido por mi hermano en una aburrida tarde de verano y de la que, a decir verdad, no esperaba nada en absoluto salvo la pérdida tonta de cinco euros que podría haber empleado en un cubata en la noche de un sábado cualquiera . Pero cuando aparecieron los créditos finales y la oscuridad del cine se desvaneció al encenderse los focos alógenos de la sala, me quedé unos segundos clavado en la butaca roja examinando la cantidad de imágenes e historias sorprendentes que habían pasado por mi mente en tan poco tiempo. No sé que dije, no sé que pensé, pero salí del cine envuelto en una sensación de satisfacción que desde hacía muchos meses no había sentído al recorrer el camino de vuelta a mi casa tras ver una película de estreno. Espectácular de principio a fin y con una fotografía magistral, Sin City nos muestra varias historias, cada una cargada de guiños hacia las demás, interpretadas con un reparto de lujo y una dinámica muy original, que alterna el blanco y negro con detalles más coloridos. Por ejemplo, no es nada raro ver una escena de un tiroteo rodada en blanco y negro en la que solo la sangre aparece del color rojo más intenso imaginable, de manera que se produce un contraste chocante y que a mí personalmente me encantó. Tal vez, para los más puritanos, peca un poco de sangrienta; quizá tengan razón pues vende mucha violencia a cuenta de nada, pero es que al mismo tiempo esa es su mayor virtud, su mayor gancho, un no parar de tiros, persecuciones y momentos de tensión fusionados con un argumento muy atractivo y que va descubriéndose a medida que transcurren los minutos. ¿Conclusión? Una muy interesante película que recomiendo abiertamente a todo el que quiera invertir su tiempo en visionarla, pues el cine, como tantas otras cosas en la vida, puede resultar una pérdida de tiempo o por el contrario, como es el caso de Sin City, una experiencia enriquecedora y alucinante.