Entré en el cine como si fuera a ser uno de esos días que esperas marquen un antes y un después y salí, como suele suceder en estos casos, con un sentimiento de estafa y un cabreo como no recuerdo en estas circunstancias. Cuando se anuncia una película desde el principio como una obra maestra suele terminar en una estafa maestra, en una mera jugada de marketing.
Lenta, pretenciosa, convencional en la peor linea del cine bélico moderno: la tan trillada ay-que-malos-los-generales-y-los-que-mandan-y-que-buenos-los-soldados-que-evitan-embrutecerse. El viaje-viraje (mejor sería decir huida) del protagonista que se convierte en anacoreta-filósofo al que se le revela la verdad sobre la guerra y la vida (ahí es nada) es algo ya demasiado visto, incluso en películas "menores". Lo de Sean Penn en esta película no es nada al lado de Peter Falk (si: Colombo) en "La fortaleza". Penn quiere irse de filósofo, busca una coartada moral... y nos aburre, porque no nos lo creemos. Peter Falk lo hace mejor deicándose a amasar pan en plena vorágine: más humilde, más creible, real: no busca justificarse ni revelarnos nada.