8/10
Una buena película, con ese acerbo sabor a añejo, pero que deja un buen recuerdo en el paladar. Si tuviera que destacar una sola idea de la película, sería el ensalzamiento de los valores. Aunque al final todos (aparentemente) pierden, no descubro nada si digo que en el año 1950 una película no podía terminar con el delincuente victorioso (era la ley), los espectadores vamos siendo más cómplices de unos que de otros. Simpatizamos con el Doctor alemán y con ese “chicarrón” basto de Kentucky.

Aunque anecdóticamente, Marilyn embadurna la pantalla en unas cuantas veces, además explotando su increíble tipazo (tenía 23 años en esta película). Houston tuvo buen ojo en hincarle el diente para la causa.

El tratamiento del amor, desde tres perspectivas diferentes: el matrimonio, la infidelidad y el enamoramiento primigenio. En todas ellas, se esconde detrás una crítica a cada uno de los estados, sin destacar unos por encima de otros.

Admiro a aquellos directores que no se limitaron a seguir las reglas, sino que buscaban la manera de poder esquivarlas. Por eso aquí nos sentimos identificados con los delincuentes y compadecemos al magnate que tiene a su mujer quejándose todo el día en la cama.