Detalles, imágenes, muchos nombres, grandes actuaciones, silencios, música, pueblos italianos, maquillaje, cautela, sin preguntas, discreción. Muchos son los adjetivos que podría seguir diciendo. Muchos, menos obra maestra. Quizá sea mi venganza con el destino por haber nacido más tarde y no haber asistido al estreno de “El Padrino” en el año 72, en cualquier cine de barrio que se preciara. Hoy, a las puertas de decir 40 años después, el mito que sobre la obra ha caído no ha hecho más que obsesionarme con verle defectos a la que, quizá para ti, sea la obra más sublime jamás ideada por cualquier mortal que se precie. Siento vivir preso de la sorpresa; siento ser pasto de la espontaneidad y el descubrimiento. Pero no puedo darle un diez a esta película. Me quedo en decir que es una buena película, con muchas cosas, pero que le sobra tiempo, y le faltan detalles. Robert Duvall está inmenso, Al Pacino está de otro mundo (este hombre nació para hacer ese papel), Marlon Brando está… hinchado (no me gusta del todo, demasiado artificial), y Diane Keaton… toda la película intentando ver su cara, tratando de reconocerla; es una chica rara, ¿qué le pasa? Es una cara muy rara.