"Los Reyes Magos" nos trajeron gentilmente a mi hermano y a mi, aquella madrugada calurosa de enero del 89 o 90, un pack con las tres películas originales junto a los zapatos, luego de haberse saciado de pasto y beber la fresca agua de las vasijas. Y todavía recuerdo la emoción de tener mis primeras películas originales en mi vida, en mis manos. En ese mismo instante, a las 6 de la mañana pusimos la videocasetera en el living y colocamos "Volver al futuro", y luego "Volver al futuro II" y terminamos, ya medio adormecidos, hacia el tórrido mediodía, con la tercera parte de la trilogía. Esta fiebre, esta devoción por estas cintas, ha sido desde que la vi en cine por vez primera. A partir de allí, siempre ha sido un bálsamo, un ritual, ver estas películas, sobre todo la primera de ellas. Michael J. Fox está espléndido y ningún otro actor podría haber encajado tan bien en ese papel como él. Todos los actores son apropiados, la música es hermosa y aunque nací en 1976, siempre sentí una extraña simpatía por la música de los 50; como si la hubiera vivido, como si hubiera caminado por esas calles despejadas y frescas y donde hasta el sol, la luz de sol no parece ser la misma que nos ilumina ahora. Como si fuera más desvaída, más lavada, aunque dulcemente cálida y acariciadora. Esta es una parte de las sensaciones casi intransferibles que me provocan algunas películas de los ochenta. Será seguramente porque las vi en mi infancia. Será seguramente porque las vi y las disfruté sin otra preocupación, y con el lente rosado e inocente de la niñez.