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España España · Pamplona
Voto de Asier Gil:
6
Drama La historia de Frida, una anciana señora estonia que emigró a Francia hace muchos años y ahora se encuentra con que la cuidará una joven inmigrante de su país de origen llamada Anne. (FILMAFFINITY)
24 de febrero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El camino al intimismo es un viaje que transcurre despacio, por curvas mil veces recorridas pero que siempre acaban revelando algún detalle que demuestra la profundidad de una mirada cuando ya han caído todos los velos desde los que asomarse. Jeanne Moreau, 87 años, una filmografía tan larga como el horizonte y unos ojos en eterna combustión, sabe mejor que nadie cómo provocar el rubor cuando es ella la que acaba de desnudarse. Ante semejante virtud, el director estoniano Ilmar Raag solo tenía que encerrarla en un piso, enfrentarla a una cámara y dejar que la musa de infinitas pasiones lo empujara por ese camino mil veces andado y por el que, falte lo que le reste, jamás se perderá.
El adalid de la 'Nouvelle Vague' encarna a una inmigrante estoniana que, en su juventud, huyó de su país buscando un sueño y que ahora, perdida en la ciudad que le iba a abrir todas las puertas, se encuentra aprisionada en una vida solitaria que ya ha jugado todas sus cartas. Pero la protagonista de 'Una dama en París' es otra mujer, también rubia, estoniana igual que ella y que a su vez salió huyendo de una existencia vacía. Contratada para cuidarla y evitar que asalte sin plan de escape el armario de las medicinas, deberá aguantar su temperamento hasta que ambas comprendan que, pese a la diferencia de edad, comparten los mismos anhelos.
El filme no oculta en ningún momento que convirtió la sencillez en su seña de identidad. Tanto en la puesta en escena como en el aspecto narrativo, la película potencia la eficacia de un espacio reducido y de una trama sin sobresaltos, sabedora de que pretende recrearse en la descripción interior de los personajes. Raag lo fía todo a un subrayado emocional con el que lograr que el espectador comulgue con los caracteres de sus dos mujeres: una, ensimismada en un pasado de recogimiento; y la otra, peleada con la humanidad por haber fracasado en sus aspiraciones de una vida plena. El realizador domina el ritmo pausado y la sobriedad estilística en pos de diálogos certeros y una correcta selección de escenas para desarrollar el argumento sin recrearse en los clichés de una historia abordada en multitud de ocasiones. En sus planos, la relación entre la malhumorada anciana que sermonea desde el pedestal de la experiencia a la inocente sirvienta propicia destellos de lucimiento cuando las actrices encaran sus miradas en un duelo de supervivencia. Sin embargo, llama la atención que, al contrario de lo acometido en los primeros compases -cuando se reitera la sensación de soledad y vacío de las protagonistas-, se llegue al final de un modo abrupto y con una acelerada evolución del modo de ser de las dos mujeres, como si parte del metraje se hubiera extraviado en las labores de montaje.
Y huelga decir que la película hubiera perdido un sostén incomparable sin la aportación de Moreau, una actriz que agranda su personaje y que, más allá del sentimiento de abandono que ha de transmitir, sale triunfante del desafío de mostrar una sexualidad adulta aún palpitante. La estoniana Laine Mägi aguanta sus embates en sus duelos dialécticos e irradia la candidez y retraimiento que le exige la fémina a la que interpreta, pero es la estrella francesa la que gana todas las batallas. Moreau domina la escena y se echa el peso del filme a las espaldas para conseguir que una historia sobria y sin ínfulas de ambición eche el vuelo y haga levantar la mirada.

Diario de Navarra / La séptima mirada
Asier Gil
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