El tipo de los huevos y el azúcar, Danny Merengue Boyle, ha conseguido, por fin desde que adaptara a la pantalla la extraordinaria novela de Irvine Welsh, el equilibrio sin pecar de emplagoso y clamar a las puertas de Hollywood y sus estatuillas. No me creo en absoluto que vayan a regalarle un Oscar a este extraordinario film, aunque vistas más de la mitad de las candidatas, no sería ninguna injusticia. El hecho de no estar nominada en la categoría de director es una pista letal para borrar la peli de la quiniela por el oro.

Sin entrar en el debate del manufacturero que ensambla, a ritmo de video musical, planos de gran belleza con una banda sonora espectacular, para conseguir un ritmo trepidante durante el 90% de una historia que tiene al protagonista pegado a una roca en el corazón de Grand Cannyon, es deber alabar el mérito. Quizá no haya un gran talento de cineasta a los ojos más puristas de la Academia, pero el resutado es espectacular.

Con apenas un par de minutos en el debe, en los que comencé a pensar que Danny volvería a estropearlo todo preso de su falta de solvencia en el remate, embadurnando los hechos en un exceso de onírica y subjetividad, no puedo hablar de otra cosa que no sea de la consecución de una película redonda. La proeza de un héroe anónimo al borde del abismo, consigue de la mano de Boyle el regalo que se merece para calar en nuestra memoria.

El solvente trabajo de James Franco, en cambio, sí que me parece mucho más protagonista y candidato a salir con algún kilo de más de la alfombra roja. Consigue varios registros asombrosos que no permiten que el espectador pierda el hilo e imagine la cara del auténtico superviviente, el de carne y hueso, el manco. A todo el repertorio dramático le suma una cómica interpretación de sí mismo, jugando a ser entrevistado por su otro yo, que me ha robado una larga carcajada y los únicos momentos en que mis músculos se relajaron durante toda la acción. Muy bueno el tipo y muy bueno el montaje. Tanto James como Boyle me han sorprendido muy gratamente.