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España España · Madrid
Voto de Moody:
6
Drama Nueva York, 1961. Llewyn Davis (Oscar Isaac) es un joven cantante de folk que vive de mala manera en el Greenwich Village. Durante un gélido invierno, con su guitarra a cuestas, sin casa fija y sin apenas dinero lucha por ganarse la vida como músico. Sobrevive cantando en pequeños garitos, pero, sobre todo, gracias a la ayuda de algunos amigos que le prestan su sofá para pasar las frías noches. De repente, decide viajar a Chicago para ... [+]
3 de febrero de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este retrato del perdedor absoluto es la nueva historia de los hermanos Coen, siempre tentados por narrar la historia de un personaje desdichado y con muy mala suerte. Si en "Fargo" los Coen daban forma a las situaciones de un personaje al que no le salía nada bien el secuestro planificado de su esposa, este Llewyn Davis del título no se queda a la zaga, personificando la desdicha.

Tal y como ellos dicen, resulta más fácil narrar la historia de un personaje como éste que la de un ganador, y lo demuestran con una película nostálgica y básicamente triste. Nostálgica porque nos retrocede en el tiempo hasta la Nueva York desconocida por los turistas y que vivía los inicios de un género como el Folk, que iba a dar a conocer a todo un grande como Dylan. De hecho éste es el núcleo en el que se basa la película: ese ambiente en locales pequeños de músicos que sentían las letras de sus canciones, algo que la película recrea con exactitud.

Pero la película también es triste gris, sin colores. Su fotografía tiene tonos oscuros que redondean las situaciones que sufre el protagonista, que son muchas. Una aparente mala suerte que le persigue, pero que lleva con relativa sencillez y optimismo porque parece no afectarle nada demasiado. Este contraste de emociones es el punto fuerte del guión, que además se apoya en las sentidas canciones para calar en el espectador.

Nada de esto sería posible sin la magnífica actuación de Isaac, al que habíamos visto en u puñado de títulos aunque nunca a este nivel de protagonismo. Actúa, canta y compone un personaje que vive día a día sin pensar en nada más con una naturalidad y una fuerza merecedoras de los premios importantes. Solo con esa mirada en la que se puede distinguir la melancolía sería casi suficiente. Esa facilidad para empatizar con el público es una baza que los Coen no ha olvidado explotar. Junto a él una galería de personajes secundarios ricos en matices y encarnados por grandes intérpretes (Mulligan, Goodman o Timberlake) que aparecen muy poco, pero que dejan huella.

Muchos destellos de la calidad de los directores en una película a la que quizás le sobren algunos minutos, pero solo por dar una excusa ante una historia que tiene la capacidad de mezclar emociones dispares y no caer en sentimentalismos ni en los dramas de siempre para intentar sacar la lágrima fácil.
Moody
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