Esta nada velada crítica hacia la telebasura y la consecución de audiencia a cualquier precio se queda en una simple burla a la que le falta al menos un hervor para lograr lo que se propone. Su crítica no hace daño a nadie no porque no quiera, sino porque no puede. Y eso, en el cine actual, es triste.

El cine, la pantalla grande, está para hacer reír, llorar, pensar y, por qué no, para molestar. Para hacerse oír. Esta era una buena oportunidad para hacerlo y no dejarse nada en el tintero, que estas oportunidades solo llegan una vez. Todo el envoltorio e incluso el contenido parece más una loa a cierta televisión que pone en el mapa catódico a personajes sin nada que decir para luego descenderlos a los infiernos y olvidarlos lo antes posible. No hay mordacidad ni crueldad. Si acaso algunos gags graciosos, pero poco más.

El uso de situaciones que ocurren y han ocurrido en la vida real solo hace que podamos identificar ligeramente lo que nos quieren contar, pero no podemos dar nuestra aprobación precisamente por esa falta de creatividad e inventiva que demuestra.

El reparto es compacto y generoso, y aunque no es especialmente gracioso, lleva a buen puerto la mayor parte de las situaciones, por lo que podemos decir que salvan (ligeramente) la película. Son algo planos a semejanza de sus personajes y ninguno sobresale especialmente.

Se disfruta y saborea mientras se ve, pero no servirá para disuadir a todo aquel que intente conseguir la fama a cualquier precio. Tampoco es muy complicado viendo su final, en el que los personajes consiguen lo que desean a pesar de haber hecho el ridículo delante de todas las cámaras posibles.