Ghost Dog es un hombre solitario que vive en el tejado de un edificio abandonado rodeado de mugre y palomas mensajeras, las cuales utiliza para recibir los encargos de la mafia.
Es un asesino a sueldo que se rige por la antigua enseñanza de los samurais. En el último trabajo se hace cargo de la eliminación de uno de sus miembros lo que provoca poner precio a su cabeza y crear un conflicto entre la lealtad que le debe a su maestro y su código de honor.
A través de flashbacks nos mostrarán a Ghost Dog cuando al que ahora llama su maestro le salvó de ser acribillado a balazos.
Con esta premisa comienza la película de Jim Jamusch, que resulta difícil de valorar como todas las de este director tan particular en su forma de dirigir.
Como en tantas otras películas Forest Whitaker es lo mejor de esta y eso a pesar de que nunca ha tenido el favor que merece en Hollywood.
No vamos a quitarle los momentos entrañables de la película, que los tiene, como la relación que crea entre Ghost Dog y la niña que conoce en el parque con la que habla abiertamente de libros como si fuera una persona mayor. O la extraña amistad que tiene con el vendedor de helados que sólo habla en francés y Ghost Dog admite no entender nada de lo que dice.
Es innegable el trabajo que hace con estos personajes que los dota de una personalidad capaz de crear la suficiente empatía con el espectador para que les conmueva.
Pero opino que es en el resto de la historia donde Jamusch no llega a comunicar con el espectador y si pretendía alcanzar el éxito de películas sobre la mafia como Uno de los nuestros o El Precio del poder no lo consigue.
Dejando aparte a Whitaker el resto de actores no están a la altura y producen escenas penosas jadeando habiendo dado unos pasos o subiendo unos escalones.
En definitiva deberé de ver alguna película más de Jamusch para valorar si es cierta la fama que le precede.