Una entrega más de Rocky nos muestra una vez más y de forma repetitiva una fórmula similar a la que se empleó en la tercera parte con un desenlace predecible y que le hace perder algo de gas a la saga. Con una base más facilona y repetitiva, Stallone triunfa en los Razzie y ya se nos hace pesado ver a un campeón siendo exprimido cada vez más. En esta ocasión al igual que en la tercera, se nos muestra a un Rocky feliz pero que su amiguete Creed quiere volver a sentirse joven pero le pasa factura, su resultado da a Rocky una segunda venganza al igual que ya lo hizo vengando a Mickey contra el campeón ruso Dolph Lundgren de pocas palabras pero asesino en toda regla. Su banda sonora empeora respecto a las anteriores y el tema final lo versiona de forma distinta y se pierde esa esencia con la que recordó todo el mundo a Rocky, con esa banda sonora de Bill Conti. Los actores en esta ocasión empeoran bastante, tanto que llegan a rozar el ridículo como en el caso de Burt Young y su robot de pacotilla o la mujer florero y prescindible en esta ocasión ya que no aporta absolutamente nada respecto a las anteriores Talia Shire. O que decir de la novia de Dolph Lundgren que más bien lo único que hace es ser una falsa y traducir pura y duramente. Siento que haya ocurrido lo que deduje, porque sabía que después de una tercera parte ya no sería como antes pero aún así sigue aguantando y me ha gustado aunque con una diferencia abultada respecto a las anteriores que al lado de esta parecen obras maestras. En fín, una interesante película machacada de boxeo con la misma temática de la tercera, es decir, esta vez Stallone no se lo ha currado como antes y que ya empieza a cansar aunque siga entreteniendo y gustando. Una sucesión de videoclips con momentos de autoparodia y poca sustancia pero el ritmo, un Lundgren como Frankenstein dopado y el discurso final hacen que la cinta tenga transcendencia sobretodo para las dos entregas de Creed. Carente de profundidad y la situaría como la segunda peor de la saga detrás de la quinta.