Como cuando expones tus razones al amable funcionario, cuando llamas al servicio de atención telefónica de tu linea Adsl, en el control sorpresa junto al simpático agente de la benemérita, durante las interminables anécdotas pedagógicas de tu padre, cuando ella llega de pasar la tarde con las amigas y te cuenta todo lo bien que se lo ha pasado... A veces, afortunadamente, no es importante demostrar lo que estás cavilando, algunas incluso mantiene nuestra felicidad ese cautiverio voluntario del pensamiento.

Pero la mayoría de ocasiones es desquiciente no poder transmitir la infinidad de sentimientos que somos capaces de procesar. Es muy duro no disponer de los medios necesarios para expresarnos mas que a través del leve haz de luz que emana tras una pequeña hendidura, reflejada con tino mediante espejos orientados laboriosamente, que consiguen el resplandor de un último destello.
En esta situación encontramos a nuestro protagonista, abocado tras paro cardíaco a la completa paralísis corporal excepto de un sólo ojo. Aquí el director si que consigue evocarnos sensaciones consiguiendo una introducción angustiosa, llena de agonía no apta para claustrofóbicos.
Posteriormente la historia entra en estado vegetativo, haciéndonos dudar si renacerá del coma para reencontrarse con el espectador o si finalmente se abandona a formar parte de la lista de espera del tanatorio fílmico.
Lo consigue. El Dr. Schnabel hace revivir la historia inyectándole altas dosis de sensibilidad, evitando hábilmente el colapso diabético.
Con la salvedad de la anestesia que sentimos tras la introducción del personaje, se puede decir que el resultado de la operación es satisfactorio, dada la altísima delicadeza del tema tratado. (Ver Spoiler)