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Voto de Quatermain80:
8
Drama. Cine negro En una calle de Nueva York, la miseria y la delincuencia conviven con la riqueza de los inquilinos de un lujoso bloque de apartamentos. Inevitablemente esos agudos contrastes acabarán desencadenando tensiones entre los dos mundos. (FILMAFFINITY)
21 de abril de 2010
21 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífico retrato social de una barriada popular neoyorkina, "Dead end" analiza eficazmente los ambientes, personajes y problemas que preocuparon a cierto sector de la izquierda o el progresismo estadounidense durante la era Roosevelt.

Así, aunque la película se sirve de la figura destacada de un Gángster (de vuelta por su antiguo barrio), el tema central que en ella se aborda es la injusticia social y el desprecio que las clases pudientes sienten hacia los más desfavorecidos; es ese desdén, y el recurso fácil al autoritarismo policial, el que crea el caldo de cultivo de la pequeña delincuencia, encarnada aquí por una pandilla de chicos, ansiosos por destacar con sus bravuconadas y gamberradas. El personaje interpretado por Bogart tiene bastante interés, por cuanto es, en realidad, una imagen premonitoria de lo que acabarán siendo dichos chavales, si alguien no lo evita. Y los llamados a evitarlo no son ni las autoridades, ni los ricos, ni la policía, sino aquéllos en los que sí se puede confiar: los miembros de las clases trabajadoras, encarnados aquí por Sylvia Sidney y Joel McCrea. Estos dos personajes son los mejor valorados en el filme, ya que a su honradez y honestidad cabe añadir un talante comprensivo, predispuesto a otorgar oportunidades a los que habitualmente no las tienen.

El tono de la película resulta lógico siendo el guión obra de Lillian Hellman, conocida izquierdista que en 1952 se negaría a dar nombres ante el Comité de actividades Antiamericanas, actitud por la que permanecería diez años en la lista negra. Con William Wyler, de ideología más moderada pero también progresista, colaboraría en más ocasiones, siendo la más significativa su guión para "La loba", una de las obras mayores del director. Wyler logra una vez más una realización aparentemente simple, sin alardes, siempre al servicio de la historia y no desprovista de elegancia formal, como se aprecia al inicio, con una cámara montada en grúa que desciende lentamente desde las alturas hasta el barrio y la calle sin salida (por cierto, estupendos decorados). También es reseñable su habilidad para emplazar la cámara, de modo que con mínimos movimientos sea capaz de reflejar el máximo posible de situaciones y personajes. La fotografía, a cargo del habitual Toland, es tan buena como siempre, y las interpretaciones correctas, especialmente las de los chicos que componen la pandilla.

Para concluir, Wyler vuelve a elevar la cámara por encima de la calle y del barrio, mostrándonos, a lo lejos, los rascacielos de Nueva York (pintados, claro). Es un cierre sencillo, lleno de lógica y de cierto pesimismo; por encima de esas calles y barrios degradados e injustos, la gran ciudad sigue su ritmo, indiferente a todo, y como titularía King Vidor... el mundo marcha.
Quatermain80
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