Cuando la familia duele, pero la culpa es del que le duele, por ser más sensible, por ser más lúcido que los demás en lugar de seguir el juego de la negación que el resto comparte, por ser coherente y en vez de jugar al juego familiar de dar odio cuando recibe odio prefiere seguir dando algo bueno a quien considera es su familia, su mismo equipo, por ser valiente y ser capaz de alejarse de los suyos, de lo conocido, lo familiar, soportando el dolor que supone tratar de romper el vínculo de apego familiar.

De todo esto va la película, del dolor y el odio enquistado en todas sus variantes y de cómo la adaptación en el tiempo hace que cada persona lo sobrelleve a su manera, unos (el hermano) reprimiéndolo para dejarlo explotar a la menor oportunidad que le den, otras (la hermana) volcando ese odio consigo mismas teniendo una excusa para pasarse el día colocada y no poder ver la realidad con claridad, otras (la cuñada) negándolo y convirtiendo su opresión en veneración y sumisión hacia su represor, otras (la madre) creando un mundo de fantasía y locura sin necesidad de consumir drogas, tan solo dejándose llevar por su narcisismo e histeria hasta olvidar que en algún momento no eran así y que sólo fue un mecanismo de defensa ante el dolor, pero que hoy es su identidad y como alguien les toque su identidad te van a morder del mismo modo que el hijo de un niño maltratado defendería a su pápa aunque este le pegue. Algo habré hecho se dirá, hasta que sin darse cuenta sea adulto y se encuentre repitiendo el "legado" familiar con su propia descendencia.


La mezcla de escenas que muestran la sensibilidad en contraposición a la hostilidad y el dolor e ira reprimida del ambiente en ocasiones es abrumadora.

Un buen retrato de una familia disfuncional visto desde la sensibilidad de Xavier Dolan.

Este tipo de películas ayudan a disolver la propia negación familiar, muy necesarias en la sociedad actual.