Todo un clásico, toda una obra maestra que conjuga el éxito durante décadas del western, ese que nunca deja de ser violento, pero de una violencia soportable, que no deja de ser moralista y pretende dejar moralejas, ese de la amistad a costa de tu vida, esos guiños a la comedia y a la ternura, y como no, al romance. El western, ese género universal que lo aúna todo, que es puro cine, ese que todos quisiéramos protagonizar.

Howard Hawks es uno de los directores de cabecera del cine clásico en todos los géneros. Todos los exploró, y en todos nos dejó una joyita. En el western, que es de lo que se trata nos dejó tres, "Río Lobo", "Eldorado" y esta joya.

Comienzo inolvidable, con Dean Martin y la escupidera, en clara alusión de que el hombre siempre tiene una segunda oportunidad. El sheriff, duro y serio, justo e incorruptible, con uno de los mejores John Wayne, el duque del western. Y que decir de Walter Brennan, el entrañable y jocoso tullido, ese hombre que no deja de cloquear para acompañar su soledad, que no deja de moralizar sobre el pasado y el futuro. Y como no, el flirteo de una preciosa Angie Dickinson que deja desarmado al rudo sheriff que no sabe por dónde le viene algo para lo que no está preparado.

Preciosa película, con una extraordinaria banda sonora, con la canción de el degüello resonando constantemente para señalarnos que aunque estemos ajeno a ello por la cantidad de elementos que nos ofrece Hawks, tenemos una cita con la violencia que está latente durante toda la película, que aunque nos distraigamos sabemos que el final se va a aproximando con una docena de pistoleros contra nuestros héroes.

Como no, el final es grandioso, y no por más esperado deja de ser un broche brillante.

Cine clásico, western superlativo, obra de arte. Howard Hawks. Matrícula de honor, 10.