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Estados Unidos Estados Unidos · Raccoon City
Voto de Maldito Bastardo:
8
Drama A finales del siglo XIX, el doctor Frederick Treves descubre en un circo a un hombre llamado John Merrick. Se trata de un ciudadano británico con la cabeza monstruosamente deformada, que vive en una situación de constante humillación y sufrimiento al ser exhibido diariamente como una atracción de feria. (FILMAFFINITY)
13 de abril de 2013
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí la presentación como metáfora: con las herramientas cinematográficas dispuestas para mostrar un elemento espectacular, sorpresivo e insólito. Es un mundo extraño donde dos planos se funden para forman una inhóspita figura que marca toda la obra a lo largo del metraje y nos lanza una pregunta: ¿quién es realmente el monstruo?

He aquí una historia sobre los derechos humanos: hasta que a un ser humano no le dejan de tratar como a un animal no puede tocar con sus dedos su propia humanidad.

He aquí la sombra del off: la puesta en escena sobre las tinieblas que lentamente destapa el telón; una vez vemos a la bestia la entendemos.

He aquí una película que nos habla de sus intenciones desde su título: que abarca una verdad sobre la descripción y la etiqueta que siempre tenemos que colocar a objetos y humanos, pese a lo (in)etiquetables que nos parezcan.

He aquí el drama sin color: emocionantemente cruel y bellamente horrendo.


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“El hombre elefante” es una nueva joya sobre una filmografía ejemplar oscura y triste, melancólica y perfecta. Muchos verán una historia social sobre los derechos humanos ante la intransigencia de una sociedad que desfigura la diferencia deformándose a sí misma. La pantalla se convierte en espejo; la metáfora y el sueño en referencias de la pesadilla.

Pocos cineastas han trabajado tan descomunalmente bien con las imágenes más íntimas del subconsciente. Lynch no engaña a nadie desde la primea secuencia de su película: la deformidad es dispuesta por la sociedad ejecutora. La respuesta ante aquello que no comprendemos es la violencia y desigualdad. Y es ahí donde la voz y la palabra se alza para soñar con un mundo perdido, para que resuene en los tímpanos de sus verdugos, para que repique para siempre en los nuestros desde los 80:

«¡Soy una persona!»
Maldito Bastardo
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