Volví a ver esta película por segunda vez en mi vida hace unos días, lo cual no es nada raro si no digo que la anterior vez que la vi tendría unos 6 o 7 años y que no me había vuelto a atrever a visionarla porque el recuerdo que me dejó fue absolutamente aterrador. Pasé varias noches sin dormir, angustiado por la historia de este hombre adulto que se enamora perdidamente de la televisión hasta que lo vuelve loco, de un don Quijote del siglo XXI interpretado con increíble realismo por Narciso Ibáñez Menta.

Este segundo enfrentamiento debo decir que me ha decepcionado, no porque baje ni un solo ápice la calidad de la película sino porque, acostumbrados como estamos hoy en día a contemplar todo tipo de bestialidades en el cine, no me ha dejado aquel efecto que sin duda me
quedó marcado en mi niñez.

Pero este film no es tan solo una historia de terror bien planteada, sino que supone también una crítica atroz a la televisión como único modo de entretenimiento, a la sustitución de la imaginación por la imagen, a la facilidad de consumir historias en lugar de protagonizarlas. Si a todo esto se añade un asombroso final, fuera de todo planteamiento lógico, puedo resumir en que se trata de una auténtica obra maestra desconocida por el gran público y de la que sin embargo llevo acordándome todos estos años hasta que me he vuelto a atrever a someterme a ella.