Hermoso cuento de hadas, desarrollado en la época moderna que te dejará una gran moraleja: ámate a ti mismo antes de amar a nadie más, sí, porque amarte a tí mismo puede romper la más terrible maldición que cualquier potente bruja te haya echado encima, porque amarte a tí mismo te da un brillo especial que los demás (no sé como rayos) notan, porque amarte a tí mismo te acerca un poco más a un conocimiento interior que te hace lograr casi cualquier cosa que te propongas (excepto quizá casarte con James McAvoy). Sí, me enamoré de James en ésta película porque a pesar de ser un jugador empedernido, logra transmitirme su dulzura, su inocencia perdida, su vida solitaria y sin ambiciones (bueno, sí, su gran ambición se reduce a lograr introducirse en una casa de una familia de la clase acomodada para enamorar a Penélope y ganarse así unos doláres para poder seguir apostando), y encuentro en James al eje de esta película, el tipo que decepciona a una chica que ya se había enamorado de él y creía que al fin podría romper el hechizo que la aquejaba para poder ser feliz, y que gracias a esa terrible decepción halla dentro de sí misma la fuerza para poder salir al mundo (sí, con su nariz de cerdo) y comérselo completito.
Hermosa la fotografía un tanto gótica (a mi parecer), hermosa la musicalización (que incluye Hoppipolla de la gran banda islandesa Sigur Ros en su tramo final), hermosa la moraleja (claro, "la culpa siempre es de la madre", jajaja). Disfrutenla y no dejen de prestar atención a ese James McAvoy que se come enterita la pantalla y tal como a Penelópe: te enamora.