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España España · Oviedo
Voto de Gould:
5
Drama Alfred Eaton (Paul Newman), un joven ambicioso que quiere conseguir las cosas por sí mismo sin deberle nada a su padre, se casa con una joven (Woodward) de una buena familia de Philadelphia (Pennsylvania). Poco a poco, Alfred empieza a prosperar, llegando incluso a trabajar en Wall Street, pero su matrimonio no funciona como esperaba. (FILMAFFINITY)
28 de febrero de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los folletines desarrollados en ambientes pudientes se convirtieron en una especialidad del director Mark Robson a fines de los 50 y 60, un director que comenzó curiosamente como director de la cuadra de Val Lewton, con muy destacadas obras de misterio y ambiente gótico o enfermizo, para convertirse en un artesano que trabajaba con comodidad en el Cinemascope lo que le permitió dotar de cierta entidad a melodramas de pasiones desatadas aunque aquí no llega al nivel de otras obras semejantes del autor en estos años como “Peyton Place” (1957, Vidas borrascosas)

Protagonizada por Paul Newman, Alfred es un soldado de familia acomodada que vuelve de la segunda guerra mundial y se encuentra en su casa con un ambiente muy hostil, con un padre que le odia y una madre alcohólica –Mirna Loy en un brevísimo papel-. El padre es un tirano con su familia y los trabajadores de su fábrica y está obsesionado con la muerte de su primer hijo, hermano de Arthur, sobre el que proyecta todo su desprecio y frustación. Arthur conoce en una fiesta a un a rica heredera, interpretada por Joanne Woodward, con la que tratará de huir de su atormentado pasado.

Clasismo, ambición sin límites, matrimonios infelices, esnobismo, alcohol, egoísmo y celos trufan de exceso y bastante desinterés una película, rodada con encomiable oficio, elipsis algo abruptas –que suenan a tijeretazos de la productora-, y en la que Robson va directo al grano de la confrontación dramatizada y algo afectada de los personajes y sus contradicciones. Los caracteres son un poco planos y uno tiene la sensación de que el talento tanto de Newman como de Woodward es desperdiciado de manera algo ramplona, especialmente el primero en un rol un poco cargante, constantemente atormentado entre sus obligaciones, afectos y dudas y su idiota obsesión por hacerse millonario antes de los cuarenta.

Entretenida a ratos, desigual y algo larga, es un melodrama demodé, moralista -y bastante machista, por cierto- pero suficientemente disfrutable si nuestra exigencia se rebaja unos cuantos enteros y, qué se yo, por si alguien tiene que completar filmografías de algún tipo.
Gould
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