Antes de nada, a todo aquel que se le ocurra empezar a leer críticas o reportajes sobre Shutter Island antes de verla, decirle que comete un gran error; incluso lo es, el saber de esta frase que acabo de escribir. No soy el primero, ni seré el último en advertirlo, pero por mí que no quede.

Da igual lo que haga Scorsese, como si filma durante dos horas la pata de una mesa, al final siempre se le besa el culo. Ha vuelto a ocurrir, una vez más, con Shutter Island, una película que si no fuera por su estupenda primera hora no pasaría de ser una cinta de esas del estante de suspense del videoclub. Por otro lado, se lleva ya tiempo comentando lo buen actor que es Leonardo DiCaprio y, bueno, para los que no nos lo terminamos de creer, no tenemos aquí motivos para el convencimiento, pues DiCaprio, independientemente de que caiga bien o mal, sigue siendo un muñeco de Hollywood (al igual que Will Smith, entre otros), un actor de cartón piedra, sin carisma, estándar. Sin embargo, esta película ha servido para reconciliarme con Ben Kingsley quien, sin alardes, me ha hecho olvidar algunas de sus últimas y lamentables intervenciones.

Negar la valía de Scorsese es cometer perjurio, pero esta cuarta colaboración con DiCaprio no es del todo motivo de alegría y todo se debe a un argumento inconexo y por momentos confuso, con un desenlace tan asombroso como decepcionante y tramposo. Deberían estar penados estos finales, así no hay quien vuelva a disfrutar en condiciones de una película; y si no se puede volver a disfrutar, de qué sirve?