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Voto de Archilupo:
7
Drama El 2 de marzo de 1974, el joven anarquista Salvador Antich, militante del Movimiento Ibérico de Liberación, se convirtió en el último preso político ejecutado en España mediante "garrote vil". Ésta es su historia y la de los intentos desesperados de su familia, compañeros y abogados por evitar su ejecución. (FILMAFFINITY)
2 de abril de 2008
15 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde el comienzo se capta un primer aspecto destacable, la minuciosa ambientación: ropas, coches, decoración de los pisos, detalles cronológicos (Peret o Urtain en la TV), música rock de los primeros 70... Es un trabajo que no se exhibe pero que cuenta, sólido y funcional. Su fiel precisión se puede apreciar en la carga de los 'grises', exacta. Con ello se señala de entrada el carácter policial de la dictadura franquista, últimos años incluidos. El consejo de ministros firmaría aún otras penas de muerte.
La cuidada producción marca un arranque ambicioso. El primer acto, un amplio flashback que Puig Antich preso relata a su abogado, tiene un ritmo vivo, combina ágilmente discusiones y tensión organizativas, iniciación sexual, atracos y tiroteos. El ritmo del segundo acto es lento y claustrofóbico, destinado a elevar hasta máximos la carga emocional.
Entre los buenos trabajos de los actores destacan la interpretación protagonista de Daniel Brühl, interiorizada y con un toque de extrañamiento, y la de Leonardo Sbaraglia como funcionario de prisiones, llena de estudio y observación. Sobresale también, por nada obvia, la elaboración del vínculo surgido entre ambos, cuyo signo aquí no se adelanta.
Por contra, el rasgo militante en el tratamiento de la historia sacrifica valor estético en una obra cuya ambición artística es evidente. En la segunda parte, la más emocional, lo expresivo se maneja de forma desnivelada: por una parte, contenida y sobria, como en el sobrecogedor padre silencioso, o en el retrato del abominable verdugo, resuelto con dos pinceladas sarcásticas; por otra, sobreabundante, como en el dolor angustioso de los allegados y el propio preso, o en la consabida brutalidad de los funcionarios de la BPS, la policía política franquista (a propósito de esto, caracterizar a tales personajes mediante el énfasis reiterado en su acento andaluz, extremeño o murciano es hoy por hoy un acierto discutible).
En medio de la sobrecarga se echa de menos una narración uno o dos puntos más analítica, distanciada, que entrase, por ejemplo, en la contradicción entre el idealismo utópico y tirar de pistola, o en el papel del ultraminoritario MIL en el conjunto de las fuerzas antifranquistas.
Con todo, la película tiene peso, muestra un lenguaje de imágenes rico y enérgico, cuajado de recursos, a ratos poderoso. Notables fotografía e iluminación tenebristas, con el instante crucial de los apagones.
Deja un poso ambiguo: por lo buena película que es, y por lo mejor película que podría haber sido refinando más la expresión de la rabia suscitada por la pena de muerte.
Pero la expectativa ante al próxima cinta de Manuel Huerga es firme.
Archilupo
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