Medem quiere contar la historia de un alma que trata de vencer la biología y viajar por sus encarnaciones anteriores.
¿Cómo? (¡¿Cómo?!).
Mediante una parábola introductoria (un desagradable cazador enseña cómo un halcón entrenado destroza a una paloma) y 11 capítulos protagonizados por Ana, una joven cándida, más sensitiva que sensible, criada en la Ibiza hippie, que va a Madrid a estudiar pintura bajo la protección de una mecenas.
En adelante, Ana vislumbra, en trances violentos, flashes de vidas pasadas.
A la hora de tratar temas etéreos como el de la reencarnación, las visiones, la hipnosis, lo parapsicológico en general, el vigor de una estética poderosa puede reblandecerse. Y un guión forzado, que esquematiza el material narrativo, no contribuye a remediarlo.
El guión de esta película obliga a los personajes a decir frases exentas de la mínima naturalidad exigible. Y no sólo es el serio problema de dicción de algunos actores, o de los acentos regionales y nacionales, superfluos, ni de la tendencia a susurrar en vez de hablar...
A Medem, que ha hecho películas valiosas, ésta se le escapa enseguida de las manos. Intenta hablar, con la física newtoniana, de velocidades superiores a la de la luz, y el empeño, que es ambicioso, se queda en amago.
Como otras musas del cineasta (Emma Suárez, la primera Silke, Najwa Nimri, Paz Vega...), Manuela Vellés tiene cierta presencia, pero no basta para compensar la insuficiencia global.