Si, sobre todo a partir de la tercera película, decidió dar rienda suelta a los homenajes a los subgéneros que le marcaron desde que se apasionó con el cine, ese modus operandi de Tarantino se hace más visible que nunca hasta la fecha de su estreno en Grindhouse, gamberrada perpetrada al alimón con Robert Rodriguez donde crean una sesión doble de cine de serie Z imitando no solo lo estético o visual sino también hasta la calidad del celuloide, simulando sus imperfecciones, etc. En la parte que corresponde en la dirección al de Knoxville, tenemos una película con mucho de su sello, sobre todo en los diálogos, y una película que también define mucho la acción de sus filmes: Muchos minutos de calma para explosionar en una montaña rusa de excesos. Lo que ocurre en Death Proof es que es bastante más inconsistente de lo que suelen ser los trabajos del magnífico director, resultando excesivamente alargada en según qué partes, aparte de que desde el punto de vista argumental no tiene la sustancia de la mayoría de sus trabajos y no resulta tan interesante. Aún así sigue siendo una película notable.